Se llamaba Máxima pero era tan pequeña que la apodaron " Mínima". A buen seguro que sus progenitores no pensaron en que se podía dar ese abismo entre nombre y estatura. Se lo pusieron fácil a los humoristas del lugar, que necesitaban poco para el pitorreo.
A la cabra que paseaba el zapatero cual mascota fiel la denominaron " Rocío Jurado" por sus grandes ubres.
A una vecina del pueblo que presumía incansable de sus haberes la llamaban la " tengo , tengo". Y a otra que se tapaba para no morenearse en una época en que el modelo de belleza era la de piel blanca la motejaron " La Blanca doble", como la ficha de dominó.
A una joven cuya madre presumía de su belleza virginal la tildaron como la " Virgen de Fátima".
A mí misma en el colegio me interpelaban , para mi enfado, como" Risas bobas" por la facilidad con que reía por nada.
Mención aparte tendría el sinnúmero de motes cuya justificación se perdió en el tiempo: Reverte, Pinchaosos, Vence, Rubila...
A buen seguro ocultan sabrosas historias.
De lo que no cabe duda es de que los apodos encierran grandes dosis de humorismo, ingenio y un tanto de mala baba.
En vano intentarás zafarte de un sobrenombre pues cualquier nimio detalle puede hacer saltar la chispa. Y , zas, ya te habrán rebautizado.