Son las 2 y media de la madrugada y todavía no he pegado ojo. Ya eran cuatro noches de calor tropical, imposible dormir a 25 grados; las sábanas se pegan al cuerpo y no paraba de sudar sin hacer nada. Por otra parte, el técnico del gimnasio me ha recomendado venir antes de las 10 de la noche, pues el cuerpo se "espabila" y necesita aclimatarse al menos unas 2 horas. Otra opción sería ir por la mañana temprano. Procuraré llegar a las 8 de la tarde. No es que me cueste madrugar, pero prefiero tomar mi tiempo para ducharme, desayunar café con algunas tostadas, consultar las noticias de Twitter e irme al trabajo sin prisas. Como no paraba de darme vueltas en la cama, ni tenía ganas de escuchar el audiolibro, resolví vestirme y salir a dar un paseo.
Nada más pisar la calle observé que no estaba solo. En un balcón del bloque de enfrente, ocultada por la penumbra de la farola, vi a un vecino en camiseta de tirantes fumando un cigarrillo. Si lo piensas bien en todas las ciudades del mundo, sea Madrid, Berlín o Barcelona, una parte de sus ciudadanos son "noctámbulos". Me refiero a los médicos y enfermeras de los hospitales, taxistas, conductores de autobuses, bomberos, policías, basureros, brigada de limpieza de los contenedores, etc. Hacen su trabajo, de acuerdo. Son personas anónimas que no interrumpen el ritmo de la ciudad e intentan que sea lo más habitable posible.
Estaba tan absorto en mis reflexiones que tropecé de bruces con un yonqui. Me pidió algo de dinero. Busqué en el bolsillo pequeño de mi pantalón, saqué 10 pavos y se lo di. Me respondió: "Gracias tronco, ya tengo para una raya" y se marchó.
Si, aunque no nos guste, también en nuestras ciudades hay yonquis, traficantes, los sin techos, vagabundos... También son personas. Tal vez, si alguna vez tenemos la oportunidad de escuchar su historia, nuestro punto de vista sería diferente; pues nos puede suceder a nosotros. No podemos prejuzgar a la gente simplemente por su apariencia o condición social.
Pero el calor no aflojaba y seguía sin tener sueño. Decidí ir a un recodo de un rio que hay afuera de la ciudad. Tras una caminata de media hora, el esfuerzo mereció la pena. Nada más abandonar el asfalto de la calle, la sensación de bochorno desapareció. Fui hasta la orilla, el agua apareció quieta y serena; me lavé las manos, la cara eché agua por la nuca y me senté cerca de la orilla. Contemplando el curso del rio, recordé una frase de Siddhartha: "el tiempo no existe somos nosotros los que pasamos". Poco a poco, mis músculos fueron relajándose; notaba una especie de sopor que a veces, se me cerraban los ojos. Ya estaba a punto de acostarme boca arriba cuando vi a una joven mujer de cabello de color castaño:
—Hola, me llamo Ana. Hace unos minutos que estaba aquí. Te he visto pensativo y no he querido molestar.
—Ah, hola soy Cesc. No podía dormir por el calor y he venido aquí. Me he refrescado un poco, pero tengo todo el cuerpo sudoroso.
—Lo mismo me pasa a mí... —Ana se quedó pensativa unos momentos y comentó—: Tengo la solución. Haz lo mismo que yo.
Comenzó a descalzarse. Se incorporó de un salto y empezó a desabotonar el pantalón.
—¿Nos vamos a bañar? —pregunté.
—No he visto ningún letrero que prohíba tal cosa —continuó cruzando los brazos para coger el bajo de la camiseta y quitársela—, Venga, nos ponemos de espalda y esto cuando más rápido lo hagamos, mejor. Después, el agua hará el resto.
Cuando acabó, fue corriendo al rio. Se detuvo al llegar a la orilla y pidió ayuda:
—Dame tu mano Cesc, necesito apoyarme para pasar este banco de fango.
Fui a dársela cuando sonó mi móvil. Intenté lanzar lo más lejos posible, pero en el último instante desistí. Desconecté la alarma, lo dejé encima de la mesita de noche. "Esta tarde me compro un despertador. Así, cuando tenga un sueño parecido a este, lo podré estampar contra el suelo sin el menor remordimiento"
—sentencié.
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