Uno a uno, como si se tratara de un examen eliminatorio, fueron apareciendo los invitados a la Asamblea Extraordinaria convocada para ese día.
Ocuparon sus sitios, señalados con sus números personales, y aguardaron la señal de apertura de las deliberaciones.
El orden acompañaba al silencio en la sala; requisitos conocidos y respetados por considerarlos indispensables en estas convenciones.
El número 1, tomó la iniciativa. Durante los siete minutos permitidos, explicó el motivo de la reunión, y dejó abierto el debate.
Tanto el 23 como su sucesor el 15, explicaron sus posiciones, declarándose oponentes a la moción presentada por el número 1.
A continuación fueron varios los que expusieron sus posiciones; mientras que el 43 y su colega el 55, mostraron su firme asentimiento a la propuesta, el 21 conjuntamente con el 34, 3 y el 67, refutaron fehacientemente y con lujo de detalles, aquella moción expuesta.
Los ánimos estaban caldeados, era posible percibir en el aire del recinto el nerviosismo mezclado con el enfado de un bando, y la hilaridad de los adversarios.
La gran mayoría de los presentes, usufructuaron su derecho de expresión; era inminente un desenlace, que a entender de todos podría socavar los cimientos de la organización.
Desde el comienzo, el número 2 permaneció como abstraído de lo que allí ocurría. Con un casi inadvertido movimiento de la pequeña bandereta con su número, dio entendido que solicitaba ejercer el uso de la palabra.
La vieja rivalidad existente entre él y el número 1, ya pertenecía al conocimiento público.
Era factible escuchar la respiración de los asistentes al originarse un mutis completo, sus miradas convergieron en la pequeña figura del disertador, que siempre dejaba bien claro que lo que le faltaba en estatura le sobraba en carácter.
En forma pausada y a media voz, explicó detalladamente, como acostumbraba, todas las fallas del programa de reorganización que el falso adalid quería implantar, y que de ser aprobado y por ende llevarse a cabo, traería como consecuencia el caos final, que desembocaría en la desaparición de la sociedad que consiguieron establecer.
Estas breves y concisas palabras ocasionaron una explosión descomunal; todos los números, sin excepción, dejaron sus bancas, los gritos y amenazas recíprocas se podían escuchar desde la distancia.
En forma imprevista se abrieron las puertas...la muchedumbre agolpada respiró el aire de libertad que tanto tiempo anhelaba, y aquello fue el comienzo del fin de una etapa.
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