Amalia colocó el cubrecama sobre el colchón: El edredón era para paliar el frio descomunal que había en esa pieza de la casa de Armando en la mitad de la nada, con un lago atrás, donde no había patos ni nada, solo su perra Linda que se escabullía por el alambrado. ¡Que manía la suya de abrigar con mantas a las camas de los hombres con los cuales salía!
A Omar también le había comprado un acolchado, él le había dicho que no fuese multicolor, sino un tono sobrio y neutro, nada que desentonara con su pieza de dos metros por un metro y medio ubicada en el edificio, de la gran urbe, segundo bloque, contra frente, octavo piso subiendo por el ascensor donde solo cabían tres personas. Así que Amalia cuidaba del buen dormir, y cuando dormía acompañaba no se despertaba ni una vez en la noche.
La de Armando era una colcha con flores moradas. La cama de Armando no tenia respaldo, así que las cabezas chocaban con la pared.
En cambio la de Omar venia de su anterior matrimonio, era de roble, tenia respaldo, además tenía libros debajo de una pata, y por lo demás estaba en muy buen estado de conservación.
Han pasado los años y han desaparecido todos. Omar y Armando han muerto.
Amanda duerme con su radio encendida al lado, de la cama matrimonial, como si fuera un amante más, que le habla. El celular está en su mesita de luz, sabe que produce radiación y otras enfermedades, pero ¡Quien pudiera apartarse de la tecnología invasora!
Y ya nadie duerme a su lado.
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