LA MEMORIOSA
“Nada está perdido mientras lo recordamos”
-L.M. Montgomery.
“El recuerdo es el idioma de los sentimientos”
-Julio Cortázar.
“La vida no es la que uno vivió,
sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”
-G.G. Márquez.
Melanie fue desde pequeña una niña singular y muy apegada a los detalles y a coleccionar cosas de distinta especie, en particular: recuerdos.
Con el pasar de los años cada día requirió de más y más espacio para albergar sus memorias. Del cofre paso al baúl, de éste al armario, a la buhardilla, a la habitación de huéspedes, al sótano, al garaje, hasta prácticamente adueñarse de toda la casa. Y su familia no es que se lo haya permitido así porque sí; es que sus recuerdos se abrían espacio por voluntad propia y poseían tal fuerza y carácter que terminaban por imponerse a como diera lugar.
Un recuerdo para Melanie no es (como podría serlo para cualquiera) un simple recuerdo; es eso e innumerables sucesos más. No es la sencilla flor que encontró en el parque. Es la flor con su tallo, sus pétalos, su color, su fragancia, la hora exacta en que la recogió, la brisa del viento que soplaba en el parque, el mechón de cabello que se le vino a la cara, el vendedor de helados que a esa hora hacía sonar su campanilla, la mujer que arrullaba a su hijo en una de las butacas, el joven que se quedó mirándola con esos ojos penetrantes que la cautivaron, el perfume de su colonia que alcanzó a rescatar a su paso, la ululante sirena de una ambulancia que por allí pasaba, la felicidad que le brindó el rescate de aquella flor a punto de morir… ¿Dónde pues se puede guardar tal cúmulo de datos y referencias? ¿Cómo almacenarlos sin perder ningún detalle? ¿Qué cantidad de espacio se requiere? Y eso sin contar con que Melanie complementa algunos puntos vacíos de sus anécdotas para alcanzar completa coherencia a la hora de contar sus historias.
Preguntarle por algo es disponerse sin afán alguno a vagar horas y horas por la remembranza más exquisita y pormenorizada que exista, lo cual resulta fantástico, como rememorar el primer viaje al mar; ni una película podría albergar tal cantidad de tonalidades y aspectos que Melanie cuenta; en cambio, para otros asuntos –ciertamente rutinarios como “te acuerdas dónde puse la cartera”-, resulta penosa su respuesta, pues ella empieza por evocarlo todo: dónde la había comprado, cuánto había costado, con qué zapatos le hacía juego, qué compartimientos y cremalleras tenía, el día que casi se la roban en el restaurante de la calle Cartier, etc. A veces es mejor no preguntarle nada a Melanie; ella, pobrecita, no sabe limitar el alcance ni el poder avasallador de sus recuerdos.
La modernidad, hay que decirlo, le ha venido bien a Melanie y a toda la familia. Ella ha aceptado digitalizar sus memorias y pasa horas en su habitación compactando y organizando información para llevarla a archivos con variados formatos de multimedia como texto, fotografía, audio o video que guarda en su mega computadora y en la vasta Internet.
Sin embargo, a Melanie le cuesta mucho trabajo deshacerse de sus fuentes originales más preciadas: sus verdaderos tesoros. Considera que lo digitalizado es meramente un back up, un respaldo importante, pues nada ni nadie podrá reemplazar los envases originales en que vienen uno a uno sus fantásticos recuerdos…
GerCardona. Santander-Bucaramanga, 28 de julio de 2014
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