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“Nunca des una orden que no pueda ser obedecida”.

General MacArthur.



La madre se levantó a tientas, pues la oscuridad a esa hora era infinita. No obstante, fue casi a ciegas a llamar a su amado hijo que aún dormía tranquilo y sin preocupación alguna.

- Hijo, despierta. Ya es tiempo. Vamos, arriba –le decía amorosamente, mientras suave le tocaba el hombro con sus dedos.
- ¡Ay, mamá! –rezongó un poco como era habitual- ¿Acaso qué día es hoy? ¿Por qué tanto afán? –preguntó todavía un poco adormilado.
- ¿Cómo así que qué día es hoy? No lo sé. Yo jamás he sabido qué día es ni en qué día vivo. Eso es algo que tú mismo tampoco te has preocupado por resolver. Para ti todos los días son iguales; sin embargo, piensa en el día que más te guste y alístate para ayudarme que hay mucho por hacer. Esta casa es todo un caos sideral.
- Sí, tienes razón, madre –dijo consecuente-. Ayer me dijiste lo mismo y se nos fue el día en otros asuntos y quehaceres. Pero, ¿sabes una cosa, madre? Esta mañana se me ocurren cosas geniales. Anoche sentí que fue la noche más larga de mi vida y en sueños tuve una tremenda revelación: imaginé un nuevo mundo…
- Sí, sí, mijito -le dijo interrumpiéndolo-, eres todo un soñador; pero más vale que ya vayas dejando de fantasear y te pongas en serio a trabajar. ¿No ves que todo está por arreglar? Mira no más el problema que tenemos con la luz. Si al menos me ayudaras con eso, sería muchísimo lo que me rendiría.
- Tienes razón, madre. Ya mismo me levantó y te ayudo. Hoy me siento muy creativo…

Para ayudarte, hijo –le dijo la madre- y evitar que te pongas a hacer lo que no debes (como pasó ayer), he pensado en algunas tareas básicas que podrías realizar, mientras vas cogiendo práctica y experiencia como tu padre, alma bendita que está en los cielos.

El hijo tomó la lista y la empezó a leer con mucha atención y sorpresa a la vez. La madre lo miraba expectante, a sabiendas que algo iba a objetar. Entonces, le dijo:
-¿Algún problema, hijo?
-¿Te digo la verdad? –respondió él con algo de duda.
-Pues, claro, hijo. Quiero sólo la verdad. Nada de engaños, pues sabes que en esta casa eso no se tolera –dijo la madre con tono severo y matriarcal.
-Es que no es tan fácil como parece. Me tomará años realizar todas estas tareas y, según veo, no me vas a ayudar en nada –le respondió esperando más comprensión de su madre.
-Si pudiera ayudarte con gusto lo haría, hijo –argumentó la madre con más consideración-. Pero yo no soy quién para meterme en los asuntos que tu padre me confió para ti. Es más, esa lista no la elaboré yo, sino tu padre antes de partir. Debes seguirla al píe de la letra –dijo con autoridad la madre, sin dejar de mirarlo.
- Está bien, señora mía, como usted ordene. Ahora lo comprendo todo y entonces eso mismo haré.

Fue así como el joven DIOS se levantó con decisión, alzó sus manos y en tono categórico y enérgico, dijo: “¡Sea, pues, la luz…!”



GerCardona. Bogotá, septiembre 26 de 2007

Texto agregado el 16-08-2019, y leído por 68 visitantes. (0 votos)


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