EN LA LUZ Y EN LA OSCURIDAD
Que Dios me conceda la gracia,
quisiera saber si aún estás ahí.
Tiemblan mis manos al vaciar esta idea:
¡No se ya cuál es tu alma!.
No ignoras, Amada mía,
que a veces no salgo de tu castillo en mucho tiempo,
allí me enmohezco con gusto, entre tus telarañas y tus murciélagos,
allí bebemos vino tinto y libamos juntos nuestro dolor;
tu te quedas a veces entre mi pantano y mis hadas,
vuelas sobre mis dragones - que son tus dragones - o en mis unicornios - que son tus unicornios -,
en mi bosque reposas, en mis aguas te duermes,
con mis flores te drogas, y yo amo ver llover a través de tu ventana,
con placer trago el humo que arrojas y aún sin fuerzas tomo la espada y salgo contigo a volar cabezas;
allí, en tu habitación misteriosa, esperamos a que aparezca tu vampiro y te conceda la vida eterna.
He estado ahí ¿me recuerdas?.
Sabes, también, que veces me confundo y lloro,
que reniego de tu alma débil, que me duelen tus hijos muertos,
lloro y te maldigo porque tú los has matado,
pero luego, cuando te miro nuevamente,
me doy cuenta que gracias a dios no eres una obra terminada
y que de esa forma tienes mucho más para mí.
De ti yo bebo, aún en la sequía bebo, y me alimento,
y tu conmigo ríes y sueñas, y haces música para que yo te cante.
En tu castillo estás sola, tanto como yo en mi pantano,
inevitablemente solos, hasta la muerte.
De repente tú, te alejas y callas,
y es ahí cuando más se que te duele el alma, que te duele más,
aunque en tanto, al otro lado del espejo,
rías y te bañes en el sol,
pongas astromelias en el centro de la mesa,
te descubras los hombros,
y a lo mejor resulte que el rojo de tus labios
no es la sangre que has bebido, ni el vino.
Pero te duele el alma,
lo sé porque Rachmaninov se te enreda en los sueños,
y las rapsodias tristes se caen de las paredes como arañas secas,
porque continúas sirviéndote a solas el café negro
y porque aún conservas abierto el libro con la pluma y la fotografía de las ruinas que te regalé en la última noche.
Porque repites inconciente antiguos hechizos,
porque has estado con hombres como nunca en tu vida, te duele.
Aunque sostengas la sonrisa, la espada en tu costilla te duele.
Sin embargo, si es que tu alma ahora es blanca como tu pecho,
si el poderío de mis miedos me ha llevado a equivocarme,
y acaso quieres olvidar el pasado,
si ya es tiempo de perchar tu capote,
si encuentras emocionante cambiar la soledad
por una plaza llena de gente,
si disfrutas de los días tanto como disfrutabas de las noches,
si junto a tu café has decido poner fruta fresca
y ya no quieres beber más vino,
lo acepto, y te acepto,
porque no quiero sepultarte bajo el infecundo rayo de la luna,
no quiero atarte a los duelos de mis inframundos
ni al espanto de mis días;
te acepto, porque eso no significa
que ya no sea aquél tu castillo, el oscuro, el húmedo,
y que Tu hayas dejado de ser la Tiniebla misma...
Lo mismo ocurre cuando las tormentas del infierno
desordenan mi bosque y no dejan más que un manto líquido,
una sábana oscura, por la que baja lívida mi ilusión,
cuando mis demonios devoran tus murciélagos,
y mi piel se escarcha de sangre;
no quiere decir que desaparezca el encanto
o que nunca más pueda vestirme de hiedra.
Es por eso que yo, Amada,
aunque ahora te vistas de blanco y camines complacida hirvientes rocas,
aunque ya no saques tus colmillos cuando amas,
seguiré bebiendo el vino en tu habitación,
bajaré de la puerta el crucifijo que pusiste
y desde allí veré llover,
escucharé tu música porque igual es mi música
y aguardaré con paciencia la llegada de tu alma,
si algún día quiere regresar.
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