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21 El duelo, la ciudad y Guardián

Tres meses habían transcurrido, luego del sepelio de su Padre, desde que volvieron a la montaña. En ese tiempo se vendió todo, es más preciso decir “se remató”, quedaban solamente el gato y el perro, dos seres que no tenían valor para nadie salvo para la Madre y el jovencito. Era tiempo de partir y buscar un nuevo destino en la ciudad de México. La Madre le pidió a su Hijo que se fuera primero, pues ella necesitaba un tiempo a solas para desprenderse, poco a poco y una por una, de todas las cosas que habían formado su vida. Este hecho fue muy doloroso para la Madre.

Días después, cuando apareció el viejo camión de Salomón, el muchachito inició su largo viaje a la capital del país, solo, huérfano de Padre y dejando atrás a su Madre, una viuda inconsolable que decidió llevar a cabo su propio ritual de duelo en solitario. El estado de ánimo del adolescente coincidía con el paisaje que el fin del otoño y el principio del invierno habían dibujado, ambos lucían desolados y fríos.

La tristeza por abandonar el lugar donde nació, la incertidumbre por el futuro, la preocupación de no saber si fue irresponsable haber tomado la decisión de vivir en la ciudad de México, no entender cabalmente el acto de “quemar naves”, sobre todo, la mezcla de satisfacción y temor que le producía la resolución asumida y jugar a ser líder danzaban en su mente y en su corazón, se revolvían, a veces como serpientes se enredaban y luego se separaban. Todos estos elementos amenazaban con trastornar la poca cordura que jamás tendría de adulto. Esa lucha interna le impedía poner atención a lo que lo rodeaba. Esta vez no capturó recuerdos del viaje, un día en camión, una noche de hotel, un día en tren, una noche en casa de sus tías, un día en autobús y ni un solo recuerdo para evocar.

***

Cuando el jovencito llegó a la ciudad de México se instaló en casa de su media hermana para esperar a su Madre, quien le había prometido alcanzarlo en cuanto el camión de Salomón tocase aquel recóndito paraje, eso significaba diez días como mínimo. El adolescente a veces acompañaba a Fernando al trabajo. Era empleado de un laboratorio farmacéutico, donde junto con un asistente quien permanentemente lo llamaba “maestro”, Fernando era el responsable de diseñar los empaques de las medicinas que se elaboraban allí. No existía el concepto de diseño asistido por computadora, los originales mecánicos y los negativos se producían de manera artesanal.

Otros días, el muchachito los dedicaba a conocer la gran urbe, para ello buscaba la terminal de alguna de las muchas líneas de camiones que atravesaban la ciudad. En ese tiempo, el transporte público concesionado era operado por particulares que conocían perfectamente la metrópoli, sus atajos y las necesidades de flujo de los pasajeros. Las rutas se planeaban para desplazar a los trabajadores y empleados por calles y avenidas estratégicas, de los centros urbanos a los centros comerciales e industriales. Todavía no se trazaban los ejes viales.

Para fortuna de los pasajeros, la carrera de ingeniero de tránsito no existía, por lo que las rutas de camiones funcionaban bien. Después vendrían los técnicos y crearían el caos que hoy es la ciudad. El muchachito tomaba un autobús (llamado popularmente camión), tranvía o trolebús en la terminal y cuando llegaba hasta el final de la línea emprendía el viaje de regreso, así fue como conoció la capital de los palacios y la contaminación. Unas semanas después llegó su Madre, lo primero que el adolescente le preguntó fue:

—Mamá, ¿qué pasó con mi gato?

—¡Ay, Hijo! Tu gato, un día antes de que me viniera, desapareció. Creo que se ahorró la despedida, tú sabes que los felinos no son afectos a ellas.

—Mamá, ¿y mi perro?

—Salomón se quedó con él, dijo que lo acompañaría en su eterno peregrinar por nuestras montañas y que le ayudaría a custodiar la mercancía.

El jovencito se consolaba pensando que su perro Guardián estaría bien con Salomón, esperándolos a él y a su Madre, por si en alguno de esos recorridos los encontraba de nuevo, les ladraría, les movería la cola y se echaría sobre ellos, feliz por el reencuentro.

Texto agregado el 15-08-2019, y leído por 86 visitantes. (0 votos)


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