Me entretengo contemplando las puertas de las viviendas que van surgiendo en mis caminatas periódicas. Puedo adivinar tras sus estilos, o su carencia absoluta de ellos, las existencias que se desenvuelven tras ellas, detrás de esos postigos burdos o de algunas cerraduras que aparentan cierta nobleza. Puede ser este un ejercicio engañoso y en algunos casos, bastante discriminador, puesto que tras unos entablados rústicos asoman personas pulcras, de buen decir y que lo contemplan a uno con una sonrisa en sus labios. En otras ocasiones, puertas que evocan caserones de abolengo se entreabren musicales para dar faz a individuos de mirada torva. Puede imaginar uno, en este caminar a velocidad crucero, qué de contubernios, qué acechanzas se maceran en la penumbra de aquellas fortificaciones. Son historias que se aferran a nuestro andar como garras aceradas, sintiéndose en la espalda el frío de esa mirada que pareció adivinar nuestro paso inquisitivo.
Me he topado con puertas que son simples contraseñas, me imagino que bastaría una conjunción de palabras, de silbidos o un estornudo para que esas míseras tablitas que se estremecen ante la más leve brisa, se replieguen de par en par para darnos a conocer los intestinos de aquellas moradas.
En este singular estudio, debo reconocer que me he topado con ojivas, con portones de estilo normando, humildes entablados que permanecen abiertos y sujetos con una piedra. Allí deben alquilarse cuartos para personas que transitan desde y hacia sus moradas, tránsito que finalizará a cierta hora, en que el entablado recobrará la dignidad de una puerta para negarle el paso a los noctámbulos.
En mi memoria surge aquella puerta de doble hoja que aquella tarde se abrió de par en par para dar paso a ese amigo que falleció demasiado pronto. O acaso fue que sus días se contaron de otra forma, en otra nomenclatura, en otro ritmo. Lo cierto es que lo inesperado surgió desde el fondo de las habitaciones y cubrió de negrura cada sollozo y cada rezo. Y este amigo, surgió desde los ayeres condensado en ese recuerdo gris, escoltado por sus seres queridos, retrato pulcro de la desgracia que clausuró los momentos y desgranó los recuerdos. Esa puerta, pareciera no haberse abierto nunca más, tal si fuese la tumba de este amigo que silenció sus postigos, sus rechinos. En algunas ocasiones, las puertas también fallecen y con ellas, todo lo que contienen.
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