I
Últimamente me viene pasando que sueño casi todas las noches con muertos, no son muertos cualquiera, por lo general se trata de mis padres y tíos maternos. Cabe destacar que mi mamá fue de una familia numerosa pues contaba con diez hermanos. Todos ellos nacieron en Mercedes, en la Provincia de Buenos Aires. A medida que crecieron comenzaron a emigrar hacia la Capital en busca seguramente de un mejor nivel de vida, siendo los últimos en hacerlo mis abuelos.
Otra cosa que sucede en mis sueños, muchos de ellos medios escabrosos, es que me veo viajando en tren a Mercedes o retornando en un viaje que siempre se hace dificultoso.
Mi familia fue desapareciendo y sólo me quedan recuerdos de las reuniones familiares. Éstas siempre se daban en mi casa, ya que ésta era bastante grande, para festejar Navidad, Fin de año y el cumpleaños de mi mamá, que por ser el 25 de mayo facilitaba la reunión.
Era además mi madre, sin ser la mayor, la que se hizo cargo, aún siendo chica, de todos sus hermanos, vaya a saber por qué. Creo que esto también influía para que todos se aglutinaran a su alrededor en esas ocasiones.
De esas reuniones rescato la alegría de mis tíos al contar repetidamente anécdotas de pago chico. En cada encuentro surgían muchas veces a instancias de mi hermano y mías, que disfrutábamos más del entusiasmo de ellos en contarlas que de las historias ya conocidas de tanto ser repetidas.
Así desfilaron ante nosotros personajes como el gaucho Ciriaco Romero, a quien en alguna oportunidad “los muchachones” del lugar le pusieron laxante en su bebida. Dicen que esa vez se lo vio corriendo como nunca sobre su matungo, a quien castigaba con su rebenque para que lo llevara seguramente a su rancho y poder depositar ahí el producto de los efectos causados por la purga.
En estos relatos, contados con tanta gracia, tenían por lo general actuación preponderante los “muchachones del lugar” que siempre estaban entreverados en la historia y de quienes sospecho que mis tíos formaban parte.
Otro era el Dr. Cailá, personaje que solía pasearse por las calles de Mercedes, vestido de traje impecable, corbata y sombrero, apoyándose en un bastón con aire señorial. Los muchachones solían pararlo y con el pretexto de padecer algún tipo de dolencia le pedían consejo médico. El Dr. Cailá sacaba del bolsillo interior del saco una libreta y sin mediar palabra llenaba una hoja con garabatos ilegibles y se la entregaba al circunstancial paciente.
El Dr. Cailá mantenía durante todo el día su caballeresca presencia hasta la noche cuando se agarraba memorables borracheras. Regresaba a su casa balanceándose de un lado al otro de la vereda y cuando pasaba frente a la ventana de la Tía Martha (tía de mi mamá) arrastraba el bastón por las rejas al grito de ¡viva doña Martha que todavía escupe! La respuesta desde adentro no se hacía esperar – ¡salga de acá puerco de mierda!-.
Contaban también mis tíos que era una fiesta la llegaba del circo, en esas épocas entre sus números solían representarse sainetes. Dicen que fue memorable el día que pusieron en escena Juan Moreira. El público se entusiasmó y se identificó de tal manera con el héroe perseguido que cuando al final de la obra los milicos lo matan por la espalda Ciriaco Romero no se aguantó más y al grito de ¡así no se mata a un crioyo carajo! saltó a la arena con su facón en la mano para trabarse en lucha con los perseguidores, alentado y arengado por supuesto por los muchachones que vivaban su nombre. A los actores no les quedó más remedio que hacer mutis por el foro.
Muchos de estos recuerdos, ya casi olvidados, comenzaron a revolotear en mi memoria al mismo tiempo que esos inexplicables sueños con muertos. Esta circunstancia hizo que más de una vez pensara en viajar a Mercedes, idea que siempre terminaba rechazando porque no se me ocurría que cosas buscar o por dónde.
Finalmente algo iba a suceder para que este viaje se cumpliera.
II
Mi amigo el Psicoanalista Charles Pierre Angelis fue invitado a dar una charla con motivo de la inauguración de la nueva sede del Colegio de Psicólogos de Luján en Mercedes.
Mi amigo, que como muchos ya saben yo apodo cariñosamente “Maestro”, se mostró entusiasmado por esta convocatoria ya que tenía mucho interés en mostrar su nuevo trabajo, que según me dijo le había llevado mucho tiempo de estudio e investigación y que tenía prácticamente terminado.
El escrito según me comentó llevaba el título de “Lacan, el marxismo y su punto de intersección en la fase del espejo” y estaba convencido de que iba a tirar por tierra muchas posiciones tomadas en el Psicoanálisis.
Como comprenderán no me quedó muy claro de que se trataba su investigación debido a que más allá de algún que otro texto de Freud, no tenía yo mucho conocimiento del tema, no obstante lo cual confiaba ciegamente en la capacidad de mi amigo y tenía la seguridad que su exposición contaría con la aprobación y beneplácito de sus colegas.
Deseoso de compartir ese momento de triunfo con Charles le pedí que me permitiera acompañarlo, idea que aceptó de inmediato y se mostró entusiasmado de que fuera con él.
Tenía además para mí el beneficio secundario de realizar ese viaje tantas veces programado y nunca cumplido.
Ninguno de los dos tiene auto, yo porque nunca me lo pude comprar y Charles porque reniega de esos medios de locomoción que según él aburguesan a las personas.
Es mi amigo un fanático de las bicicletas, a tal punto que recorre todos los días ida y vuelta el trayecto desde su casa en Parque Centenario hasta el Hospital Borda y se mueve por toda la ciudad con la suya sin ningún problema.
Me propuso el Maestro por lo tanto, que sería interesante hacer ese viaje en bicicleta ya que nos permitiría además disfrutar de un hermoso paseo y también una vez terminada su intervención recorrer y conocer las calles del lugar.
Tuve que utilizar de todos los argumentos disponibles para demostrarle la inconveniencia de su deseo. Le dije que tuviera en cuenta que tendríamos que recorrer unos cien kilómetros para llegar y otro tanto para volver y que además hubiera sido imposible para mí, dado que mi estado físico con toda la furia me hubiera permitido llegar a lo sumo a la General Paz. Le propuse a cambio realizar un viaje en tren que de todas maneras no nos privaría disfrutar del paisaje, nos ahorraría un considerable tiempo en llegar y que la recorrida por Mercedes bien la podríamos hacer caminando.
Logré finalmente convencerlo y quedamos en encontrarnos el Sábado, en la estación de Once, para tomar el tren que sale a las 9,13hs.y llegar previo transbordo en Moreno a las 12hs, lo que nos daría suficiente tiempo para ubicar el sitio de la disertación programado para las 13,30hs.
Sucedieron algunas contingencias, producto de la mala información que nos dieron de la Asociación de Psicólogos y algunas distracciones nuestras, que nos llevaron a caer en la tan extraña aventura en la que más tarde nos vimos involucrados.
III
No dejó de llamarle la atención al Maestro que tan solemne acto se realizara en un polideportivo, el Martín Rodríguez, cito en la calle 2 y 7, dirección que figuraba en nuestra invitación.
Sin embargo pensó, no sin indisimulada vanidad, que seguramente se eligió ese lugar por ser lo suficientemente amplio para poder albergar la numerosa cantidad de interesados que su presencia suscitaría.
Faltó enterarnos que ese fin de semana se había dispuesto utilizar el mencionado sitio para la fiesta anual del salame quintero, postergada una semana antes por mal tiempo. Tampoco nos enteramos que además existe el Instituto Martín Rodríguez que esta pegado a él y de quien depende el polideportivo. Allí realmente nos esperaban en un pequeño auditorio para veinticinco personas dispuesto para ese fin. Hecho aclarado con el correspondiente pedido de disculpas de parte de los organizadores, por correo electrónico, unos días después.
Lo cierto es que al ver tal magnitud de gente el Maestro se entusiasmó y arremetió hacia donde se levantaba un escenario en el que estaba actuando en ese momento un grupo de música tropical. Pidió hablar con el coordinador del acto y luego de increpar a algunas personas le dieron con un tal Eustaquio Romero que se presentó como el Director de Cultura de la Municipalidad de Mercedes. Mi amigo, a quien ya había logrado alcanzar, se identificó y expuso el motivo por el cual se encontraba allí. El Director que parecía no estar al tanto de su presencia, mientras atendía a otras persona que se acercaban con distintos asuntos, buscaba fervientemente en un listado el nombre de Charles.
– No, no puede ser porque a las 14hs. está programado el ingreso de los payadores y luego el sorteo de la canasta de chacinados-.
Mi amigo, que ya se comenzaba a poner nervioso trataba de explicar, elevando la voz y con cierto tartamudeo, que había venido desde Buenos Aires expresamente invitado por la Asociación de Psicólogos, el director ante su insistencia y viendo que Charles no estaba dispuesto a claudicar tomó la decisión que sin saberlo cambiaría tal vez la existencia de nuestras vidas. Rubén!- gritó –¡ Rubéeeen!- volvió a gritar -¡hacele un espacio al Doctor después de los payadores, que viene desde Buenos Aires expresamente invitado para esta ocasión!.-
-Doctor dele a Rubén, que es el presentador, su nombre, el título de su acto y un breve resumen del tema.-
- ¡Y Ahooora, directamente de Buenos Aires tenemos el honor de presentaaar al Doctor Jean Pierre de Angelis, que nos deleitará con su número “Lacan y el Marxismo en el juego de los espejooos!-
Comenzó mi amigo con su discurso, elevando cada vez más la voz al notar que nadie parecía prestarle atención.
Mientras tanto yo observaba, gente caminando, otros degustando en algún puesto la variedad de salames de las distintas quintas, algunos tomando cerveza, un grupo de chicos sentados en el pasto mateando y tocando la guitarra y un sinnúmero de personas, algunos con criaturas, otros vestidos de paisanos recorriendo los distintos stands.
De a poco se fueron acercando al tablado unos jóvenes con algunas características en particular, pelo muy corto y engominado, muchos con un bigotito muy bien recortado, vistiendo la mayoría un blaizer azul y pantalones claros, otros con ropa “camuflada”.
Cuando el discurso de Charles promediaba y se explayaba sobre el Marxismo, del grupo de jóvenes comenzaron a provenir insultos de todo tipo.
- ¡Fuera comunista!-
-¡Zurdo de mierda!-
- ¡Vivan nuestros próceres del proceso!-
- ¡Viva la agrupación Videlista!-
- ¡Los comunistas no pasarán!-
Junto con los gritos comenzaron a volar todo tipo de objetos, obligando a Charles a agacharse y cubrirse con los brazos.
Yo que miraba el espectáculo tras bambalinas, fui corriendo en ayuda de mi amigo en el momento que algunos ya intentaban treparse al escenario para agredirlo.
Me tiré “en palomita” hacia el público con tan poca suerte que fui a caer directamente al piso. Entre insultos, puñetazos y patadas logré levantarme a medias y comencé a correr hacia la salida.
Mi amigo logró alcanzarme y juntos iniciamos una estratégica retirada, mientras a nuestras espaldas seguían escuchándose insultos y volaban sobre nuestras cabezas, palos, piedras y otros proyectiles.
Cuando nos alejamos algunas cuadras detuvimos nuestra agitada marcha, nos sentamos en el cordón e hicimos una evaluación de nuestros daños. El Maestro presentaba un golpe en el pómulo derecho que seguramente se iría inflamando, estaba sudoroso, con el pelo revuelto y de su impecable saco faltaba un botón, extravió también el maletín donde llevaba sus papeles, pero fuera de esto no acusaba otras novedades. En mi caso la cosa era un tanto más dramática, sangraba de una herida cortante en la cabeza sobre la nuca, la sangre había manchado mi camisa y el blaizer azul que acompañaba mis vaqueros, que por otra parte se encontraban sucios en las rodillas y roto en una de sus piernas. Había perdido además un zapato, por lo cual tuve que improvisar uno con un cartón corrugado que sujeté metiendo mi pie en una bolsa de nylon que anudé a la altura del tobillo.
Nos quedamos un rato sentados allí , sin terminar de reaccionar, mientras el Maestro colocaba unos pañuelos “Carilina” sobre mi herida ajustándolos con su corbata a modo de vendaje.
Luego de un rato, decidimos proseguir camino y convinimos en buscar algún lugar para tomar algo y terminar de reponernos.
El Maestro iba maldiciendo contra la Asociación de Psicólogos de Luján, prometiendo todo tipo de represalias, incluso hasta de iniciarles juicio por daños y perjuicios.
Tomamos por la Avenida Italia en dirección a la estación, en el camino encontramos un local que vendía ropa de trabajo para la gente de campo, el único que por otra parte estaba abierto a esa hora de la tarde.
Decidí entrar para comprarme algún calzado que me permitiera reemplazar el que había improvisado con cartón y nylon.
Terminé comprándome un par de alpargatas y como mi saco estaba muy manchado de sangre me decidí también por un chaleco corto de paisano, negro, que abrochaba con tres botones y decorado con guardas blancas geométricas. Metí mi saco en la bolsa donde me entregaron lo recién adquirido y pagué con mi tarjeta de débito Maestro ya que no contaba con mucho dinero en efectivo.
El chaleco venía con una boina negra de regalo que se la cedí a mi amigo en virtud de que yo no podía usarla por el vendaje que tenía en la cabeza. Charles gustoso procedió a ponérsela y continuamos nuestro camino. Le propuse entonces buscar un boliche en el Barrio del Sapo que quedaba según mis cálculos a pocas cuadras de la estación.
Mi propuesta no era inocente, en realidad quería conocer ese lugar tantas veces nombrado por mis tíos en sus anécdotas familiares.
Siempre pensé que el nombre de ese barrio era nada más fantasía de mis tíos, que bautizaron jocosamente de esa manera el lugar donde nacieron y se criaron, pero en realidad existía.
Se trataba de una zona suburbana que en otros tiempos fue asentamiento de gente humilde, burdeles, “mujeres de mala vida”, cafishos y compadritos.
Fue bautizado así, según se relata en “Cuentos del Milenio” publicado en “Historias de Mercedes”, a raíz de una epidemia que hace mucho tiempo atacó a los vecinos del lugar provocándoles algún tipo de enfermedad eruptiva en la piel. Como los médicos no lograban controlarla, los pobladores comenzaron a concurrir a la curandera de turno, quien prescribió a cada uno, como cura, colgarse un sapo del pescuezo, pronosticando que a medida que éste comenzara a llenarse de granos la enfermedad iría desapareciendo. Ignoro si esta terapia dio resultado pero sí sirvió para que el nombre quedara inmortalizado.
Cuando llegamos a la intersección de las calles 39 y 18 en pleno corazón del barrio nos encontramos con un almacén de campo típica, donde además de vender todos los menesteres para la vida diaria se sirven bebidas para tomar en el lugar.
Contaba el negocio sobre la puerta, con un cartel de chapa algo oxidado y descolorido que rezaba “Almacén García”. El frente del local daba justo a la ochava, era de ladrillo y estaba ennegrecido por la humedad y con verdín en las juntas.
Decidimos entrar, luego de saludar nos sentamos en una mesa y pedimos al dueño del lugar, que oficiaba también de mozo, nos trajera cerveza con alguna cosa para picar que contuviera especialmente el famoso salame mercedino.
Después de estar un buen rato en el lugar repitiendo algunas botellas y de sentirnos más recompuestos de nuestra reciente aventura, optamos por retirarnos pidiendo para ello la cuenta.
Y aquí comienza la segunda parte de nuestra desafortunada odisea.
IV
El dueño nos trajo en un papel recortado, de los que se usan para envolver fiambre, la suma manuscrita de lo que habíamos gastado. Mi amigo sacó un billete de quinientos pesos y se quedó esperando el vuelto.
Grande fue nuestra sorpresa cuando el hombre nos devolvió el dinero y nos preguntó si se trataba de una broma. Le preguntamos por qué.
- Mire amigo, acá no existe plata con dibujos de animalitos, ¿qué son, de juguete?- intentó Charles luego de revolver en su billetera pagar con billetes de doscientos pesos y la respuesta fue la misma pero ya en un tono más serio comenzando el hombre a ofuscarse.
- ¿qué... me están tomando el pelo?. ¡Ustedes los porteños creen que se pueden reír de todos!.
Intervine entonces yo tratando que la cosa no se desmadrara y ofrecí pagar con mi tarjeta de débito.
-¿Tarjeta de qué cosa? Mire Señor acá no se va nadie debiendo plata y menos forasteros. Si van a pagar paguen con esta plata- Y nos mostró un billete antiguo de diez pesos, con el retrato del General San Martín. La única plata que vale son los pesos moneda nacional que tiene representados a nuestros próceres, como debe ser, dónde se ha visto plata con animalitos.
Un paisano, con todos los atributos de gaucho,que estaba sentado en silencio en una mesa contigua desde que entramos y que había estado mirando la escena sin intervenir, viendo que la situación comenzaba a ponerse tensa, se levantó y con paso algo cansino se acercó hasta nosotros.
-Calmate Gervasio, los señores son de Buenos Aires y allá las cosas son siempre distintas, andá y dejá que yo arregle con los porteños.-
Como su rostro era muy serio y portaba facón en la cintura, no me gustó mucho la actitud.
Pacientemente se sentó en nuestra mesa, acercando la silla hacia nosotros.
-Vean muchachos, no tienen ustedes pinta de malas personas y yo tampoco lo soy.-
El dueño del lugar se había ubicado tras el mostrador y mientras repasaba un plato de loza blanco con un repasador no dejaba de mirarnos.
- Estoy seguro que podemos arreglar este entuerto, sin que naides salga perdiendo. Vean un compadre mío va a bautizar a su entenada y quiere que yo salga de padrino y ando necesitando alguna ropa para no ir siempre con la mesma pilcha. Y viéndolo al señor- señalando con la cabeza a mi amigo- veo que somos más o menos lo mismo de grandes, le propongo entonces que me venda su saco y yo me hago cargo de lo que adeudan y les doy además treinta patacones.
Nos miramos con Charles, haciendo una rápida evaluación de nuestra situación: un hombre armado, un dueño del boliche robusto y enojado, un lugar desconocido donde horas antes habíamos sido maltratados. Acordamos rápidamente con la mirada y decidimos aceptar la oferta. Entregamos nuestro saco, recibimos el dinero y nos fuimos saludando desde la puerta, mientras el paisano se probaba la prenda.
No teníamos idea si servía o no la plata que nos dieron y si era mucho su valor porque era muy antigua.
Ya había comenzado a oscurecer y era una primavera muy fría, como si el invierno se negara a retirarse.
Mi amigo Charles comenzó a tiritar de frío porque el único abrigo que tenía era su camisa de vestir.
Decidimos ir directamente a la estación y esperar allí al primer tren que saliese, sin detenernos en ninguna parte, para evitar cualquier otro inconveniente.
Después de caminar un par de cuadras nos dimos cuenta que el lugar no parecía el mismo por donde habíamos venido, donde hubo casas se veían algunos ranchos con mucho terreno separados de la calle por alambrados, no había veredas y estábamos seguros además que las calles que habíamos pisado estaban asfaltadas y estas eran de tierra.
Estábamos completamente desorientados y para colmo una bruma que comenzaba a bajar nos impedía mirar hasta muy lejos.
Alcanzamos a ver que a a unos cien metros más o menos se venía acercando a trote lento, alguien a caballo. Decidimos pararlo para solicitarle ayuda.
Este hombre que aparentaba cierta edad, vestía también ropa de gaucho, se veía más bien menudo y portaba una guitarra cruzada en bandolera sobre su espalda.
- Ciriaco Romero para servirles- saludó.
Pensé para calmarme, que seguramente el nombre era una coincidencia con el del personaje de los cuentos de mis tíos.
El Maestro le comentó sucintamente lo que nos había pasado y le pidió indicaciones para llegar a la estación.
Ciriaco Romero al ver a mi amigo desprovisto de abrigo y tiritando, sin bajarse de su caballo, dio media vuelta sobre su montura y sacó desatándolo, un poncho, que se veía algo sucio y harapiento y se lo tiró a Charles para que se lo pusiera. Mi amigo agradeció el gesto y dijo cómo podía pagárselo. El hombre que se mostró un poco ofendido contestó- no hay nada que pagar ni nada que agradecer, un gaucho siempre le da una mano a quien lo necesita.
Luego de esto nos dio indicaciones de cómo llegar a la estación, pero además agregó – Miren forasteros, ustedes no están sólo desorientados en el espacio sino también en el tiempo. Así mismo les digo: ¿ven ese rancho ahicito nomás, donde se ve una luz? Bueno entren sin golpear y la ven a la “Mecha” Sosa, ella seguro los está esperando y sabrá que hacer.- Ciriaco acomodó su guitarra sobre la montura, saludó rozando el sombrero con su mano,- y me le da un saludo a sus tíos esos muchachones atorrantes- y se fue cantando con un aire de milonga tocado en su guitarra- “ Por algo gauchada viene de gaucho, porque el gaucho con su chata jamás te deja al costado del camino, el gaucho siempre tiene un bidón de gasoil para el vecino que necesita, el gaucho siempre te ayuda, siempre te acompaña, siempre tiende la mano” .
Nos dirigimos al rancho indicado, atravesamos un alambrado y entramos directamente como nos indicara Ciriaco Romero.
Era una construcción muy precaria, con piso de tierra, de la puerta colgaba un farol a kerosene indicando la presencia de alguien en la casa. Adentro estaba escasamente iluminado, un olor como a grasa frita mezclado con olor a humedad invadía el aire. El rancho parecía de un solo ambiente, pero en el fondo se veían unas telas gruesas de colores, como si fueran ponchos, colgadas a modo de cortinas y que probablemente lo separaba de un lugar más privado.
Una mesa rústica, no demasiado grande, servía de apoyo a varias velas chorreantes, cacharros, vasos, trapos, papeles y otros objetos variados de difícil descripción.
Contrariamente a lo que imaginé, no se veían imágenes de santos, crucifijos ni nada que fuera religioso. Detrás de esa mesa se sentaba en una silla con asiento de paja, una mujer, más bien gorda, de pelo enmarañado y grasiento. Su aspecto por demás desprolijo junto con su piel morocha y curtida le daban un aire de china de las tolderías. Masticaba algo que le chorreaba por la comisura de los labios y que pensé podía ser mazamorra.
- Pase m’hijo, lo estaba esperando, siéntense- Mi amigo se acomodó en un banquito de madera bajo y yo en una silla similar a la de ella.
- Mi prima la Rufina me dijo que uno de estos días su hijo me iba a venir a ver-
Cabe aclarar que mi madre realmente se llamaba así, pero ya hacía varios años que estaba muerta, no obstante a esta altura de las circunstancias ya casi nada me extrañaba, lo único que quería era poder llegar al tren que me alejara de ahí.
- No son los primeros que se pierden, ni los primeros que me vienen a ver, me los mandan los vecinos que me respetan desde el día que les curé con sapos sus enfermedades de la piel.
Una risita chillona salió de su boca llena de mazamorra desprendiendo alguna partículas de lo que estaba masticando que cayeron sobre la mesa sin llegar a impactarnos.
- Son muchos los que vuelven en busca de su origen a estos pagos y se desorientan al chocarse de frente con lo que están tratando de encontrar. Lo único que le digo m’hijo es que nunca reniegue de su origen, usted tiene sangre india en sus venas, como yo y eso nadie lo puede cambiar.
-Vayan tranquilos, fíjense cuando salgan que van a ver unas luces muy brillantes, diríjanse en esa dirección y van a encontrar la estación. Cuando quisimos agradecerle vimos que sus ojos se ponían en blanco y se quedó como adormecida. Tratamos de hablarle pero no nos contestó. No sabiendo como agradecerle, mi amigo Charles sacó del bolsillo los billetes que le habían dado por el saco y los depositó en un platito como de té donde había algunas monedas.
V
Salimos y sin darnos cuenta estábamos pisando nuevamente sobre asfalto. La visibilidad no era para nada buena porque la bruma había aumentado en su densidad y no nos permitía ver más allá de unos metros. Oteamos en todas las direcciones tratando de divisar las luces brillantes hasta que el Maestro vio entre la penumbra una luz roja que titilaba pasando intermitentemente al azul. -¡Allá está!- gritamos a dúo. Contentos de estar tan cerca de la estación fuimos a paso acelerado casi corriendo hacia el lugar.
- ¡Alto ahí, o los reventamos a corchazos!- escuchamos sin comprender y nos quedamos paralizados.
- ¡al suelo, al suelo carajo!-.
Fue cuando nos dimos cuenta de la procedencia de esas luces, un patrullero con las balizas prendidas, de donde habían bajado dos uniformados, con armas en mano que nos apuntaban.
- ¡Roñosos de mierda a quien jodieron, a ver que llevan en esa bolsa!
Le alcancé desde el suelo la bolsa de nylon donde llevaba mi saco arrugado y ensangrentado.
- ¡Acá está, acá está el cuerpo del delito jefe!, estos se cargaron a alguno.
- Póngale los ganchos agente y me los revisa bien.
- Acá móvil 22, acá móvil 22, ¿me copia central?
- Lo copio jefe.
- Apresamos dos Natalia Natalia masculinos, sospechosos, con ropa ensangrentada encima, solicito refuerzo.
- Mando un móvil jefe, lo copio y fuera
No pude evitar que se me escaparan lágrimas de impotencia, miré como pude al Maestro que se mantenía incólume tirado en el piso y con un pie metido en una zanja con agua. En vano tratábamos de dar explicaciones.
Habían requisado de entre nuestras ropas todo nuestro dinero, celulares, relojes y alguna otra cosa sin importancia. Lo que no aparecían eran mis documentos, sí los del Maestro entre los que estaba su matrícula, la invitación a la conferencia y algunas tarjetas personales.
Cuando el agente comenzó a manipular mi saco en busca de alguna otra evidencia cayeron de un bolsillo interior mi DNI, y mi carnet de Pami, recién ahí pude gritar que ese saco era mío y la sangre correspondía a la herida que tenía en la cabeza y que manchaba también la espalda de la camisa que tenía puesta. Fue en ese momento que comenzaron a escuchar nuestras explicaciones, que dimos con lujo de detalles. El jefe cambió su cara y se mostró más comprensivo.
-Pero muchachos… se imaginan que viéndolos vestidos así podíamos pensar cualquier cosa. ¿De dónde carajo salieron realmente?
-De Buenos Aires- contestamos casi a coro.
- ¡Ahhh Hippyes!
- Bueno vamos a hacer una cosa, ustedes se van derechito para la estación y se quedan ahí hasta mañana a la mañana que salga el primer tren para la Capital. Las cosas requisadas quedan aquí hasta que labremos el acta, caso contrario tendrán que pasar unos días en el calabozo mientras se abre el expediente, no sé si me comprenden.
- Comprendemos perfectamente- respondimos.
Le pedimos que nos devolviera los documentos, la matrícula de Charles y mi carnet de Pami.
- Ya se empiezan a poner mimosos, tomen y váyanse antes que me arrepienta. No se detengan ni siquiera para respirar.
Se escuchaba a lo lejos una sirena, que seguramente sería del refuerzo que habían pedido.
Alcancé a ver de reojo cuando nos íbamos un cartel en la puerta del móvil que decía “Policía Bonaerense al servicio de la comunidad”.
Llegamos a la estación y nos acurrucamos juntos en un banco de madera a esperar que transcurriera la noche. Nos quedamos profundamente dormidos, no sé cuantas horas habrán pasado, nos despertó el alboroto de la gente que comenzaba a amontonarse en el anden en espera del tren.
Con sorpresa descubrimos que la boina de mi amigo había caído al piso y las personas, que no eran pocas, viendo nuestro aspecto deplorable habían comenzado a dejar monedas y algún billete en ella.
Como no teníamos ni un solo peso, decidimos dejarla allí para seguir juntando algo más y pagar nuestros pasajes. Al cabo de un buen rato procedimos a contar lo recaudado y con gran alegría vimos que no solo podíamos pagar nuestros boletos sino que nos permitió comprarnos un alfajor que gustosos compartimos.
Cuando al fin llegó el tren, nos subimos,elegimos donde sentarnos,sin poder evitar la mirada curiosa de los demás pasajeros. Comprendí en ese momento que nuestro aspecto no era el mejor. Mi amigo de boina negra, poncho harapiento, zapatos embarrados, un pómulo hinchado y el ojo enrojecido por el golpe que recibiera , yo con vincha, chaleco de gaucho, vaquero roto y sucio y alpargatas no eramos precisamente un modelo de elegancia.
Charles se sacó el poncho porque ya hacía calor y estoy seguro de que estaba dispuesto a tirarlo ni bien bajáramos. Anticipándome se lo pedí, porque como comprenderán para mí tenía un profundo significado y pensaba guardarlo como otra de las reliquias que atesoro en mi casa.
Nos bajamos en Flores y nos dimos un fuerte abrazo de despedida prometiéndonos un pronto encuentro para tomar café.
Desde entonces nunca más soñé con muertos.
FIN
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