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EN EL DIVÁN DE FROID

Por Gerardo Cardona Velasco



Edna Yocasta Rojas, mujer de 34 años, casada y con dos hijos: Odisea y Pericles, llegó muy puntual a su primera cita con el afamado psicoanalista Edmundo Froid. De inmediato, fue anunciada por la secretaria personal del doctor, haciéndola seguir sin espera.
—Adelante, Edna —la instó a pasar el Dr. Edmundo, levantándose de su silla y yendo con amabilidad a su encuentro.
—Buenas tardes, Doctor —dijo Edna, ingresando con mucha pena y vacilación, y sin mirar a los ojos al siquiatra. Era evidente lo embarazoso que resultaba para ella esta situación, pues jamás había considerado (a pesar de sus problemas personales y familiares), el acudir donde un “loquero”, como así ella lo llamaba.
—Tranquila, Edna, siéntase en confianza y relájese. Vamos a tener una larga y agradable conversación y todo cuanto hablemos quedará solo entre los dos. La idea es que usted empiece a contarme de su vida mientras yo voy tomando nota y analizando e interpretando las causas más profundas que se ocultan en su psiquis y que degeneran normalmente en diversos trastornos sicológicos como complejos, fobias o manías, entre otros. Si gusta recuéstese en el diván, cierre sus ojos y deje fluir sus pensamientos y recuerdos. Venga —le reiteró con confianza—. Póngase cómoda y deme su abrigo.
—¿Dígame, Edna, por qué el abrigo es rojo? —le preguntó desprevenidamente.
—Bueno —vaciló ella antes de responder—, mi madre desde pequeña me regaló una chaqueta que usaba cada vez que íbamos de visita donde la abuela, a quien le fascinaba ese color. ¿Hay algo con eso…?
—Hum, no, no, lo creo (aunque escribió en su libreta de notas: Posible complejo de Caperucita); pero, dígame, Edna, ¿por qué decidió venir conmigo?
—Bien, Doctor, es que tengo tantos problemas que ya no sé qué hacer. Me llevo mal con mis hermanastras, con mi esposo, con mis hijos, con mi jefe, con mis compañeros de trabajo…; mejor dicho: mal con todo el mundo, hasta conmigo misma. Quisiera morirme —dijo en tono desconsolado, empezando a gemir.
—Edna, cálmese y no se aflija más. Juntos encontraremos la solución a sus problemas. Créame, está en buenas manos. Más bien —dijo el Doctor en tono optimista—, empiece por contarme lo de sus hermanastras.
—Si mal no recuerdo, mi papá enviudó después que cumplí los 15 años y él, al poco tiempo, se volvió a casar con una mujer separada y con dos hijas mayores que yo, pero muy malcriadas. Por supuesto, su llegada fue un shock para mí, pues yo amaba a mi padre y no deseaba compartirlo con nadie; además, me hicieron la vida imposible, tratándome siempre como a su criada…
—Ah, veo —dijo (anotando en su libreta: Posible complejo de Cenicienta y alguito de Antígona). Y luego qué pasó, ¿cómo se libró de ellas?
—Cerca de mi casa vivía un joven muy apuesto —aunque de estrato social menor al mío—, que sin ser el príncipe azul que soñara, supo conquistarme, pues logró mostrarse como el héroe que podía salvarme; sin embargo…
—No se detenga, Edna, vamos de lo mejor (subrayando: Posible complejo de superioridad sobre su novio de entonces e intento de evasión de la realidad mediante el matrimonio; asimismo, evidente complejo de Brunilda); ¿y qué sucedió después?
—Bueno, al principio —como en los cuentos de hadas— las cosas fueron bonitas y él era dulce y cariñoso, aunque demasiado celoso. Para él sólo existen dos clases de mujeres: buenas o malas, ¿me entiende?
—Sí, Edna, no se preocupe. Estoy siguiendo el hilo (mientras escribía: El marido muestra un indudable complejo de Agar y Sara y creo que hasta le cabe el complejo de Otelo y también el de Madonna). Siga, por favor…
—Yo, como podrá advertirlo, empecé —no sé por qué— a parecerme más a una mamá que lo cuidaba y le daba gusto en todo, que a una esposa en el completo sentido de la palabra; esperando con ello que él cambiara. ¿Me comprende, Doctor?...
—Deje ver si logro resumir —dijo (al tiempo que anotaba: Posible complejo de Wendy y me late que esta mujer empezó a sufrir del complejo de Dafne, sin dejar de lado algo del complejo de la Bella y la Bestia)—: Usted para evitar los celos enfermizos de su marido le pareció más cómodo comportarse como madre que como una cónyuge; lo cual, y déjeme aventurar una hipótesis, después del nacimiento de sus hijos, usted empezó a negarse a su marido, excusándose en sentir dolor o náuseas, ¿me equivoco, Edna?
—No, Doctor, ni que alguien se lo hubiera contado. En efecto, eso me ha traído muchos problemas y es la razón, creo —acotó—, por la cual mi esposo tiene tantas aventuras y me trata con rudeza. Yo me refugio en mis hijos y los amo, aunque mi preferido es Pericles; pues, Odisea, es el amor de Orestes.
—¡Oh!, ahora veo claramente —dijo (garrapateando rápidamente: Posible complejo de Yocasta no resuelto y, por parte del padre, se alienta un peligroso complejo de Electra sobre su hija). Hábleme, ahora, de sus jefes y compañeros de trabajo. ¿Qué hay con ellos?
—Tras graduarme de economista logré convencer a Orestes que me dejara ayudarle con los gastos de la casa; además, los chicos ya estaban creciendo y necesitábamos pagar sus colegios y universidades. Fue así como ingresé a trabajar, pero mi jefe resultó más complicado de complacer que mi marido: Todo debía estar en orden y salir según lo planeado. Es un perfeccionista; sin contarle que le gusta derrochar dinero vistiendo ostentosamente para llamar la atención y no pierde ocasión de repararse frente a un espejo. ¿Me cree, Doctor?
—Pues, claro, mujer, ese personaje es más común de lo que parece —le respondió (mientras escribía: Jefe con posible complejo de Brummel y hasta de Narciso y Adonis). ¿Y con sus compañeros qué tal?
—Bueno, ellos en general son agradables y comprensivos; pero se burlan de mis miedos o manías —no sé bien la diferencia—, como por ejemplo: obsesión por el trabajo, adicción a los números y las cifras, hablo demasiado de mis hijos y mi hogar, de mis plantas, de mis peces, etc. ¿Qué opina de mí, Doctor? ¿Verdad que soy un completo desastre? —dijo Edna, algo aliviada pero aún llena de angustia.
—No se preocupe —le dijo (terminando afanosamente por registrar sus últimas notas: Ergomanía, aritmomanía, oikomanía, florimanía, ictiomanía, etc.). Nadie es perfecto y, en conclusión, muchos padecemos de una que otra fijación y de uno que otro complejo. El único perfecto es DIOS.
—¿O sea que ya me puedo ir, Doctor? Mi familia debe andar preocupada, pues ninguno sabía que venía para acá; y si a Orestes le da por llamar a la oficina y no me encuentra, esta noche incendia la casa y acaba con nosotros. Nos lo ha sentenciado.
—Sí, un momento. Déjeme una última anotación para esta sesión y puede marcharse, Edna. Esto apenas comienza —le dijo (escribiendo con nitidez: Marido con fuerte complejo de Eróstrato y no me extrañaría para nada que también sufra del complejo de Empedocles).
—Ay, Doctor, aunque no sé si este tipo de problemas sea con usted o no, le quiero contar que últimamente ando con muchos dolores musculares. ¿Qué será…?
—Pues, mi señora, eso sí es pura falta de “Complejo B”.


Bogotá, octubre 7 de 2009

Texto agregado el 13-08-2019, y leído por 82 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
13-08-2019 La verdad que es divertido de leer esta pequeña historia bien armada. Vaya_vaya_las_palabras
 
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