Ernestus Samper Pizzanoni, músico bogotano de gran alcurnia, se aficionó a la mandolina desde muy tierna edad, cuando supo que ése era un instrumento que gustaba sobremanera tanto a la clase popular como a la aristocrática. Su inclinación por la música clásica y por la política nacional se manifestó con sus primeros mpromptus cuando fue presidente de ANIF. Más tarde, azuzado por el gusano de la política empezó a trabajar sobre una pieza programática -aunque algo barroca- que luego troca por la opera cómica (quizá estimulado por su hermano Daniel) y soñó con ser, a como diera lugar, presidente de la República.
Para ello prepara el aria “salto social”, ampliamente tocada en el pasado por otros músicos nacionales, logrando por fin, en esta oportunidad, que le sonara la flauta.
No bien al siguiente día de su elección, Pastranini Junior (músico de cámara y contrincante que le contrapunteó con soltura) canta un adagio lamentoso que hizo suponer, desde ese instante, un final trágico. Fue una verdadera sinfonía patética de despecho que por suerte para Chaikovsky, ya no estaba en este mundo para escucharla.
Ernestus contraatacó un poco forzado desde el primer acto con una línea temática conmovedora: “todo fue a mis espaldas”, yuxtaponiéndola de momento a los movimientos contraltantes de la oposición reflexiva. Luego, para acallar los clamores del pueblo, impuso piezas magistrales de Liszt (en vez de desliz, mucho más adecuadas para el caso); sin embargo, en un apoteósico tutti orquestal el público pidió Paganini.
Surge, entonces, una figura cadenciosa de gran equilibrio armónico quien sabía muy bien tocar pizzicatos y adagios. Se trataba de Valdiviestein, músico santandereano de gran talla pero de baja estatura, que puso a sonar y tronar su polifonía contrapuntística Nro. 8000 (también llamada la “inconclusa”), con la cual reveló su gran madurez humana y musical, al tiempo que denotó una gran sutilidad armónica y una sucesión temática muy sugerente; la que, no obstante, es ripostada con grandes bemoles por Serpaldi, músico coterráneo de Valdiviestein, quien toca y canta de todo, aunque muestra preferencia por las rancheras y corridos mexicanos, y que con su vibrato sostenido produce gradaciones diatónicas, que se disuelven en acusados cromatismos partidistas hasta convertirse en melodías de carácter pastoral ante el senado. Sinfónica esta, dirigida tras bambalinas por Ernestus, que la conduce como masa instrumental independiente cuando le conviene y unida cuando lo requiere.
A la altura del segundo acto la obra pasa por movimientos populares ondulantes, intensos acordes de la prensa hablada y escrita, eclosión de escalas sociales altamente afectadas por el tono burlesco de la melodía, saltos de arco triunfales de los ejecutantes y juego de dobles cuerdas de sus simpatizantes, reflejando un episodio ostinato del que Ernestus no va a salir por su cuenta. Su mano izquierda parece saltar a su antojo sobre el teclado manifestando un claro dominio de la situación, mientras que con su mano derecha ejecuta expresivas repeticiones de una sola nota en un profundo y enérgico Mi mayor sostenido: “aquí estoy y aquí me quedo”, que suena también a preludio heroico pero con marcados matices folklóricos.
El tercer acto se inicia con unos rápidos e inusitados acordes: extinción de dominio, aumento de penas, tratados marítimos, replanteamiento de la extradición y acusados cambios dinámicos de tonalidad que parecen un allegro giocoso, ma non troppo vivace, el cual durante unos compases produce entre los colombianos un equívoco: creen que la partitura se resolverá con signo esperanzador, pero el regreso de los aires populares: pacto con los sindicatos y aumentos salariales para los empleados públicos, le dan nueva levedad y donaire a la música orquestada y pagada por anónimos contribuyentes, amigos del gobierno y capos -algunos-, de la clásica política colombiana.
Esto último, en especial, no gusta a los músicos gringos (directores de orquesta del mundo), quienes lo desertifican como “compositor y arreglista” y, fundamentalmente, como político; lo que presagia un súbito cambio de partituras (llamadas hoy agendas de trabajo) para interpretar piezas maestrosas post-modernistas a lo Bill Clinton, saxofonista con aires neocoloniales e imperialistas, que con tanto orgullo las entona y pregona por el tercer mundo.
Como comentarista musical especializado en los temas clásicos, pienso que en lugar de un pianissimo mandato, tendremos al final (porque no cabe duda que así llegaremos hasta el 7 de agosto de 1.998) un largo y malissimo concerti grosso sin partitura, sin dirección armónica ni suerte de cadenza. Y que si, al menos (siendo realistas más que nacionalistas), no le tomamos el compás a los ritmos norteamericanos, el boleto para ver esta obra, lo habremos pagado carisissimo...
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Queda prohibida su reproducción total o parcial. Derechos de Autor a nombre de Gerardo Cardona Velasco. Bogotá, marzo 4 de 1997. |