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Escribir es un ejercicio que la mayoría de las veces no nos conduce a ninguna parte. Las mismas palabras, esas herramientas maleables que se nos ofrecen para nuestra orfebrería, se concilian de alguna manera vil para desalentarnos, nos envían a senderos abruptos, en donde se nos empantana el relato, el verbo se ahoga al faltarle el resuello, existen frases que se desarman al instante, ya sea porque la carencia de oxígeno las torna anóxicas, tumorosas, verdaderos ornitorrincos verbales que tratan de hermanarse con frases que han sobrevivido al espanto, pero que temen ser emparentadas con tamaña monstruosidad. En esos casos, aventurarse a escribir es ni más ni menos que atreverse a cruzar los peligrosos puentes colgantes de la India, Nepal o China, entre otros, un desafío no menor si queremos sacar adelante la complicada empresa.

Porque Beltrán no tiene la culpa e ignora que por imperio del relato lo transformaremos en un ser vanidoso, mitómano y arrogante. En este caso, el orden de los factores no altera el producto. Pertenece al staff de ejecutivos de una empresa de renombre y llegó allí por sus conocimientos en el área de contabilidad. Sus compañeros presienten que el tipo no está en sus cabales, dudan de sus relatos, todos ellos ornamentados con las más inverosímiles situaciones. Le escuchan y desconfían de esas historias tan perfectamente armadas, en donde él es siempre el principal protagonista. Fue pieza fundamental en el Golpe de Estado y su voto decisivo para el éxito de la gesta. Atleta destacado, estuvo a un tris de representar a su país en las Olimpiadas. En donde hubo algún acontecimiento, él estuvo involucrado. Pues bien, fuesen verdaderas o inventadas todas esas proezas, sus compañeros revisaban cada pieza de sus bien elaborados discursos con prolijidad de eficientes mecánicos, intentando hallar el bache, la falsificación, el dato inexacto. Tarea inútil, porque todo calzaba a la perfección y al trasluz de tales datos, Beltrán era una eminencia.

Ya no era cosa de desenmascararlo, sino más bien de descubrir alguna mínima imperfección en otros aspectos de esa personalidad a todas luces envidiable. Para ello, lo invitaron a celebrar el cumpleaños de Pedro, el ingeniero comercial. Se comió y se bebió hasta el hartazgo y cada uno de ellos arribó indemne a su casa, en andas del inefable Beltrán, quien luego de arrearlos a todos, regresó al restorán a terminarse el whisky que dejó encargado.
Cuando todos los intentos se diluyen por la fuerza de las evidencias, es el momento en que la nobleza adquiere la fibra y la firmeza de una alfombra que será hollada por el vencedor, quien se paseará sobre ella con majadero gesto. Y puesto que Beltrán había superado las acuciosas pruebas a las que había sido objeto, sin siquiera él imaginarlo, los dubitativos ahora serían sus prosélitos, sus servidores y en esa holganza, el hombre dominaría a sus anchas.

Pero nada es eterno. Y hasta las letras se rebelan cuando la gloria se torna monótona y el servilismo comienza a adquirir aromas malsanos. Porque lo de Beltrán se transformó en un extraño caso de idolatría. Los hombres necesitan de una fortaleza externa que les reafirme sus febles principios. La religión cumple a la perfección con tal papel. Y en el caso de los compañeros de Beltrán, no ocultaban el orgullo de tener a la mano a un ser que era prácticamente un semidiós. Una cuasi deidad que por no serlo, un día cualquiera enfermó de un mal incurable.

Ya lo expresaba al principio: escribir es un ejercicio que la mayoría de las veces no nos conduce a ninguna parte. Y fueron precisamente las palabras, las engañosas palabras, las que se colaron en el organismo del hasta entonces impoluto Beltrán para plantarle en su sangre algo que parecía una sentencia.
Pero tampoco fue aquello lo que lo derrotó. Cierta tarde, cruzando una atestada avenida sobre su bicicleta, un autobús arrasó con él y lo envió al otro mundo. Sus compañeros aún lo veneran y repiten sus increíbles historias a todos los que quieran escucharlas.












Texto agregado el 13-08-2019, y leído por 110 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
13-08-2019 Es un relato atrapante, escrito con un estilo excelente. Abrazo amigo. Vaya_vaya_las_palabras
13-08-2019 Me encantó tu manera de llevar la narrativa, Gui querido. Un beso! MujerDiosa
13-08-2019 —Además de ser una narración que atrapa al lector de ella puedo deducir que para todo aquel que quiera perdurar en el tiempo, lo mejor es morir en el apogeo de su popularidad. Muy bueno. —Mis saludos y un abrazo. vicenterreramarquez
13-08-2019 Tu 'Beltrán' es una narración atrapante. Con, sí se quiere, posturas críticas que adornan el relato. Te felicito. peco
13-08-2019 Cómo que no te conducen a nada? si das placer con tus letras yosoyasi
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