Linda era la perra de Manuel. La había bautizado así, porque aunque era realmente , de aspecto desagradable, era muy simpática. Venia siempre a su encuentro, cuando se la llamaba por su apodo. Lo que tenía Linda era que siempre huía por las hendijas del alambrado para juntarse con sus congéneres, los otros perros del vecindario.
Manuel vivía en una zona a rural, en una casa en la mitad de la nada. Atrás había un lago, o sea un predio lleno de agua, sin patos, sin nada, solo agua.
Y esa zona era muy inundable. Las calles eran de tierra y a la menor lluvia, ya no se podía caminar por ellas.
Manuel había llegado allí después de una decepción amorosa. Laura lo había dejado, porque Manuel era muy celoso, su celotipia llegaba a límites insospechados.
Desde preguntar dónde estaba a cada momento, hasta no consentir en la ropa que llevaba puesta.
Laura se cansó y le colocó una perimetral para que no se acercara a menos de quinientos metros de su domicilio y de los lugares que ella frecuentaba.
Así Manuel empezó a beber vino tinto, cerveza, vodka, y a fumar tres atados de cigarrillos por día, para acelerar su desenlace fatal. Sin hacer consciente lo inconsciente, y revertir sus conductas irracionales. Sin acudir a terapias que pudieran inducirlo a hacer insight sobre esos comportamientos tan destructivos.
Hasta los hijos que él había abandonado a sus respectivas madres, que eran ya adultos, no lo respetaban mucho punto, porque no querían verse involucrados en su deterioro moral y físico.
Manuel murió víctima de un infarto.
La única que permaneció su lado fue Linda, hasta que llegaron sus hijos y lo descubrieron tirado al lado de la mesa la cocina, con múltiples botellas y numerosos cigarrillos diseminados por todo el suelo, y varios paquetes, todavía sin abrir.
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