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Inicio / Cuenteros Locales / martesdecuentos / #1 Temores de la infancia

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El martes 8 de marzo de 1994, Pedrito empezaba primer grado. Toda la ilusión de haber dejado atrás la bolsita del salón azul, para cambiar el vaso de la merienda, por cuadernos y lápices de colores. La maestra se llamaba Mariana y según las recomendaciones que habían buscado los papás de Pedro, era una de las mejores del pueblo. Se comentaba que sus alumnos, lograban dominar la lectura en el primer trimestre. Para escribir, siempre se demoraban un poco más, pero Mariana insistía con los cuadernos de caligrafía. Ella decía que no importaba qué le depararía a cada uno el mañana, siempre agradecerían tener una letra legible.
Los días pasaban al ritmo de las películas francesas y con esto crecía la ansiedad de Francisca y Juan; Pedro estaba terminando el trimestre y no había caso con la lectura. El descontento iba en creces, el mal humor de Juan no sólo se debía al horario de trabajo, había que sumarle el frío del invierno y los problemas de su primogénito. Francisca no paraba de contarle que Pedrito la pasaba mal en el colegio, que cada mañana era un martirio despertarlo y que el recorrido de la casa a la escuela era un sostenido llanto. Esa angustia que se nota a la legua, la mirada perdida y la cara empapada…también la voz entrecortada y las excusas mezcladas con promesas; todo para no caer en la exposición desmesurada de las burlas y risas de los pares.
Se acercaba la fecha de la reunión de padres y a diferencia de los demás, para Juan y Francisca implicaba un estrés: combinación de la tristeza y el miedo, de pensar en el cómo y cuándo del sufrimiento de su hijo, sin poder entenderlo, sin saber como expresárselo a la mejor maestra de Ozábal. Crecía la idea parásita de juzgar a Pedrito bajo la vara de la norma, ¿Todos sus compañeros podían leer en voz alta? ¿Por qué se reían cuando era el turno de él? ¿Cómo cabe tanta maldad en esos cuerpos diminutos? Uno siquiera se imagina la crueldad, – el hostigamiento juvenil – cuando se unen un óvulo y un espermatozoide. Ahora no sólo era Pedro el desahuciado, también Juan y Francisca transpiraban las mismas lágrimas.
En la reunión Mariana los citó aparte y les dijo que era el primer alumno que le costaba cumplir con los objetivos, que no seguía las reglas de los juegos y que con su experiencia no había nada mas por intentar.
– Juan, tenemos que hacer algo, no lo puedo ver así. Tiene 6 años y todavía me acuerdo de la ilusión de ese primer día con el guardapolvo…fue como cuando dejó el chupete y se largó a caminar. Tiene que haber algo, algo que no estamos viendo.
A Juan se le cruzó la idea, de que Pedro podía estar enfermo y lejos de aceptar si esto lo alegraba o lo aterraba, decidió sacar turno con el pediatra, el Dr. Lischi.
– Fran, el doctor, me dió turno por la mañana. Voy a avisar al laburo, así vamos los tres juntos.
Pedro escuchó que tenía falta justificada, le cambió el humor, el sollozo se desdibujó y volvió la sonrisa. A la mañana siguiente, lo encontraron sentado en la cama, con los dientes limpios y la remera de Batman. Parecía otro gurí, como que le habían devuelto el alma. Ni la sala de espera le cambió la cara y al cabo de un rato, salió la secretaria con su lista invitándolos a pasar. Entre el estupor y el nerviosismo, a Juan se le resbaló la mano al cerrar la puerta y soltó apresurado:
– Doctor, estamos preocupados de que a Pedrito le esté pasando algo. Le está costando la escuela y cada mañana es una osadía, entre llanto y pataleo.
Con una sonrisa gigante, como entendiendo la picardía, Lischi le dice a Pedro:
– ¡Qué grande que estás! ¿Ya pasaste a primero?
– Sí, pero era mejor el jardín. Todos compartíamos y hacíamos cosas más divertidas. Nadie se reía de otro compañero cuando le salían mal los dibujos.
– ¿Y ahora se ríen cuando dibujás?
– No, ahora lo único que dibujamos son unos cuadraditos raros y todo el abecedario en los cuadernos aburridos. A mí me salen bastante bien pero se ríen cuando leo.
Lischi buscó una silla en miniatura y se la acercó a Pedro. Él se sentó en el piso y mirándolo a los ojos le preguntó:
– ¿Puede ser que se te mezclen un poco las letras?
Pedrito levantó la mirada y esta vez le brillaron los ojos, se sintió comprendido y cobijado. El miedo tuvo nombre. Luego de un esfuerzo, cambio de metodologías de trabajo y diagnóstico acertado, Mariana la mejor maestra de Ozábal aprendió de Pedro, que la dislexia se marea en el alboroto y que es mejor controlar el ruido. Por otro lado Pedro no le tuvo más miedo a leer en público y tampoco a hacer el ridículo, comprendió que es de valientes ir en contra de la corriente.

Texto agregado el 11-08-2019, y leído por 40 visitantes. (0 votos)


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