A veces, algunas ideas se trizan y se proyectan como si fuesen esquirlas de algún otro asunto que hemos tratado de darle forma, sin que el empeño nos deje del todo conformes. Y esa esquirla afilada se incrusta en otro recuerdo, o en un sueño que nos impactó de sobremanera por su enigmático mensaje. Y como ese proyectil de idea pareciera seducirnos por su aparente mayor enjundia, comparada con todo lo demás que hemos tratado de elaborar, lo agarramos con un instrumento ad hoc: unas pinzas esotéricas que se amoldan a la idea con una nano precisión que impide que se deforme. Quirúrgica labor que al final no se condice con eso que intentamos rescatar, ya que al final aquello no es más que un tumor informe, sin carácter ni nada que justifique su milimétrica extracción.
En otras ocasiones, la idea se nos resbala del papel, doblamos la hoja buscando al reverso aquella parte que nos rehuye y que no es posible aprehenderla, por lo que doblamos la otra esquina y la otra, pero la idea, o ese término huidizo pareciera siempre escabullirse. Al final y con la idea incompleta en esa carilla plegada en innumerables y geométricas partes, no nos queda más que rendirnos y arrojar aquello al papelero. Pero no, los pliegues que han impedido la continuación del discurso, de las palabras que nunca calzaron con el resto, de ese espacio en blanco que no pudo contener el término exacto porque nunca dimos con él, ahora se infla, no de palabras, sino de porciones de aire que le otorgan una inusitada existencia. Y lo que pudo ser un texto envidiable, ahora se eleva por los aires en un vuelo efímero y burlón. Y mientras circunda el breve espacio de la pieza, a nuestra cabeza acude por fin ese término que se quedó anclado a la mesa, huérfano y sin significado, esquirla desactivada, tanto o más que nosotros mismos, que nos quedamos contemplando con mirada boba como el avioncito se posa al fin sobre la misma mesa.
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