Levantarse por pedazos matizados
tenuemente existenciales, es un palacio
que no logro concebir; no hay indemnidad en ello.
Frente al azar, esa extensión locuaz de la suerte…
El acoplamiento inevitable del vacío y la razón.
Abrid espacio, que el acervo soledaño
se desplaya sin permiso como la lluvia,
y socava la carne de ababol.
Y es ahora una incitadora abacería de la muerte,
soy el kavi que ha de jalar la carroza fúnebre
pero no sin antes, con el temor de la ternura;
blandir la jalencia de esta alma acorazada,
y su tamuja mañanera en el latir del rubio,
tímidamente proverbial…
Mas luego tú, pruna celestial
que en lo oscuro me contemplas,
serás testigo de mi marcha frívola
y crecerás a lo alto en su avanzada,
hasta segar el lamento que me obsede.
Y en un rujiar misional, al delinear tú corona;
seré inmortal por antonomasia.