“¿De qué llenaríamos las casas, las alcobas, los patios, los corredores, las estancias y todos los espacios sino fuera por las cosas?...” G.C.V
Hay días que las cosas se pierden, caen por ahí, ruedan, y por más que las busques no las encuentras: una moneda, un tornillo, un recuerdo. Hay quienes pierden amores, la esperanza, el ánimo, la vida. Todas estas cosas que caen en el olvido -así de momento no las veas-, ocupan un lugar cierto: un rincón de la casa, del corazón o del alma; un espacio en el jardín, la calle; un cajón secreto o un resquicio oculto de la memoria.
Hay cosas (no lo he comprobado aún) buscan perderse y se mimetizan entre otras, al punto que dejas de verlas y crees, entonces, haberlas perdido. Son ellas, que con espíritu burlón, buscan jugarte una charada, una mala pasada, quizá con la vanidosa idea de saber si las vas a extrañar, llorar o echar un poco de menos. Una vez satisfechas, así como desaparecieron, reaparecen como si nada, y un buen día, sin saber cómo, vuelves y te topas con ellas.
Las cosas que pierdes tienen vida, sueños, ideales de supervivencia y por más que desaparezcan de tu entorno, continúan su existencia sin vislumbrar cuál será su ulterior destino; sin embargo, a las cosas perdidas, más que la misma muerte, les asalta una insondable angustia: perderse por siempre de su dueño o el intenso temor de caer en otras manos.
El olvido es cruel con las cosas perdidas. Su desaparición sufre un trance similar al que padecen nuestros muertos: les lloramos, les echamos de menos y, con el tiempo, aceptamos su ausencia con resignación, atesorando de cuando en cuando su recuerdo con nostálgicas remembranzas de su amable compañía.
En resumen, todas las cosas que se pierden, que caen por ahí, que ya no nombras, que con delirio sueñas, que echas mucho de menos, que por más que escudriñes no encuentras y que -en fin- no sabes dónde están, sin saber por qué se ocultan siempre en los rincones y, es allí, justo allí, donde debemos con paciencia empezar su incesante pero amorosa búsqueda...
Agosto 21 de 2018
EL TIEMPO DE LAS COSAS
I
Todo lo que pasa y ha de pasar requiere de tiempo; pero si retrasamos el tiempo o, de alguna manera, lo retenemos, las cosas que han de pasar, ya no pasarán...
II
Nada pasa antes.
Nada pasa después.
Todo pasa cuando tiene que pasar...
III
Las cosas adquieren vida...,
pero -como nosotros- con el tiempo mueren.
Junio 3 de 2018
COSA OLVIDADA
Hoy hago parte de tus cosas olvidadas, aquellas que sin querer dejaste por ahí, esperando recuperarlas más adelante, en otro tiempo más propicio; pero ese momento nunca llegó. Quizás algún día me vuelvas a ver, solo que vieja, enmohecida y carcomida por el polvo y por los años…
Agosto 29 de 2018
EL OLVIDO, CRUEL VERDUGO
I
El olvido es cruel y no respeta nada. Cualquier día, sin propósito expreso, empieza por llevarse, nombres, luego fechas y después lugares.
El olvido, sin consideración alguna, se lleva (sin saber uno adónde ni por qué) lo que uno más atesora y quiere: los recuerdos...
II
No fue el viento, fue más, quizás, un suspiro, pero con él comenzó el olvido. Al principio extraviada nombres, luego fechas, después lugares. Con el tiempo apenas recordaba rostros pero no sabía de quién.
Marzo 15 de 2019
LAS COSAS DE LOS DOS
Pocas o muchas cosas en común nos quedan:
las que recordamos y las que guardamos
las que duelen y las que reviven
las que aún queremos y las echadas a perder
las sin importancia y las que no cuentan
las que vivimos y las que soñamos
las que perdonamos y las que no
las que nos dijimos y las que callamos
las cosas públicas y las secretas,
y tal vez las más importantes:
las cosas que no podemos olvidar...
Diciembre 18 de 2020
EL AMOR A LAS COSAS
"... nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido",
Jorge Luis Borges (Las cosas).
El amor a las cosas es extraño porque no es correspondido. Las amamos porque llenan una necesidad o un vacío, pero son ajenas e indiferentes a todo sentimiento que podamos sentir o albergar por ellas. Nos cuesta dejarlas y, peor aún, perderlas. Se convierten en un apéndice nuestro que, por momentos, es imprescindible. "Esa cadena de oro me ha acompañado toda la vida. Es mi amuleto de suerte", llegamos a decir. Sin embargo, las cosas viven más allá d nuestra propia vida y nuestra partida jamás dejará en ellas pesar ni tristeza. Las cosas están para servirnos, no para que ellas se sirvan de nosotros. Nos llenan en algo la vida, pero no son la vida. El amor que les damos es netamente vanidoso, pues deseamos ser admirados por ser sus dueños, sus orgullosos poseedores. Son un tesoro para sus amos, pero lejos de sus protectoras manos pueden llegar ser menos que cosas: objetos sin valor, trastos viejos para tirar sin dolor a la basura...
P.D: A las cosas -a pesar ser sólo cosas-, se les quiere como si no fueran meras cosas...
Marzo 7 de 2022
GerCardona. Bogotá, diciembre 20 de 2020
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