Cada noche el teléfono suena exactamente a las nueve treinta. El identificador muestra cada vez un número distinto, ni siquiera miras, no contestas, solo lo dejas sonar.

En estos tiempos, el uso de un teléfono fijo resulta un anacronismo y ya sabes quién es.

Metes un trozo de chocolate en la boca y te levantas del sofá. Haces descalza el mismo recorrido por la casa, comprobando puertas, cerrando ventanas, activando la alarma. El timbre es la señal. Es como uno más de los recordatorios en tu celular que marcan el ritmo de tu rutina.

Con veinte años escuchar la promesa “siempre estaré cerca, pendiente de ti”, podría haber sonado adorable, cinco años después de terminada la relación daba un poco de miedo, diez años después no significa nada.

¿Te has preguntado qué pasará el día que el teléfono no suene?
¿Será que ha muerto? ¿Que se liberó de la promesa? ¿Que no tuvo monedas para el teléfono?