Me siento en el café, lleno de personas, y pido un cappucino. Al otro lado del salón, percibo que desde la distancia un hombre maduro me observa fijamente, casi con descaro.

Me digo a mi mismo: alguien que mira así, o quiere coquetear o quiere robar; y deduzco que quiere coquetear, porque con lo añoso que se ve dudo que pretenda robarle a alguien.

Me dan ganas de cruzar al otro lado del café para ir a decirle al abuelito ése que porque mejor no se va a coquetear con alguien de su edad, que no me gustan mayores y no es mi tipo. Pero no soy un hombre de hacer escenas, asi que me contengo. Trato de no darle importancia, pero cada vez que miro, ahi está él, con la vista fija hacia mi.

Trato de calmarme y decido que le daré un par de minutos, a ver si para con su jueguito. Pasan tres, cuatro, cinco, y cada vez que lo miro, él insiste en mirarme devuelta.

Es tanto el descaro del tatita que pierdo la calma y decido ir a encararlo.Sin embargo, cuando me levanto de mi asiento, lo único que atino a decir es que MALDIGO ESOS PUTOS CAFES DEL CENTRO QUE USAN ESPEJOS EN VEZ DE MURALLAS.

Y como todo en la vida tiene una moraleja, la mía con esta historia es que a partir de ahora tengo que salir con anteojos... SIEMPRE