Salida de su Tunuyán natal, en la Provincia de Mendoza, con veintiocho años de edad, el 2019 encontró a Carla Romanini como una de las modelos consagradas de la Agencia Multitalent. “La revelación mendocina que arrasa en Buenos Aires” según la prestigiosa Revista Caras. Con su 1,70m de altura, cabello rubio y ojos verdes, Carla hizo un reemplazo y fue la secretaria de Fabián Doman en "Nosotros a la mañana", y también participa de la serie recientemente estrenada en la plataforma digital "Go! Vive a tu manera".
Una altura destacable para ser mujer lo cual nos invita a pensar que debe calzar un número importante, cuarenta y dos, que para un hombre no es gran cosa, pero basta que a una mujer que calce ese número le digan patona.
Esto para dar una información sobre la protagonista femenina de esta historia. La historia tiene también uno de los protagonistas masculinos, Matías Alemanno, rugbier, de la misma edad, con su metro 1,99 de altura, calzado número cincuenta, 117 kilos de peso, toda una mole de carne este jugador, segunda línea de Los Pumas y Jaguares.
Quiso el destino que los caminos de Carla Romanini y Matías Alemanno se cruzaran en el invierno de 2019, el invierno del Hemisferio Sur, claro. Un lugar de entrenamiento fue el encuentro entre la modelo y el rugbier. La primera fue a grabar una breve publicidad, el segundo simplemente entrenaba en el lugar. Un muchacho con una cámara acompañaba a Carla. Era Matías Sotelo, el otro protagonismo masculino, actor y modelo, además de haber sido patinador en sus años juveniles. Juntos hicieron la grabación, que fue breve, y solo se iba a difundir en principio por el Instagram de Romanini y de Sotelo. La modelo observó a lo lejos al rugbier que entrenaba sin parar.
- ¿Quién es esa mole de carne que se ve?
- ¿Mole de carne?
- Sí, ese gigantón que está alla entrenando.
- Ni idea. Habrá que preguntarle a los responsables del club.
Pero el rugbier se dio por aludido y llegó a escuchar que Romanini lo describió como “una mole de carne” y “un gigantón”, se acercó a la modelo, y le dijo:
- Soy Matías Alemanno, rugbier de Los Pumas y Jaguares.
- ¡Oh! – dijo sorprendida Carla - ¡Yo de rugby no sé nada!
- Ya me dí cuenta, je, je – dijo Matias – aunque tenes razón en decirme “gigantón” porque mido 1,99 metros, sí, por un centímetro no llegó a los dos metros, y sí soy una “mole de carne” porque peso 117 kilos.
- No quise ofenderte Matías – dijo Carla.
- De ninguna manera me siento ofendido. Pero así como yo me presente, también es bueno que te presentes.
- Ay sí, discúlpame – dijo Carla – soy Carla Romanini, modelo top mendocina, triunfando en Buenos Aires y en Netflix.
- Ah, mira vos. La verdad no te conocía.
- Ya pronto seré como Legrand o Gimenez. Lo vas a ver Matías.
- Bien agradada Carlita, ja, ja – acotó Matías Sotelo que escucho todo aquel dialogo – Yo también soy Matias, Matías Sotelo, actor, modelo, patinador, ja, ja.
- Mucho gusto, de un Matías a otro Matías – le dijo Matías Alemanno a Matías Sotelo.
- Dicen que para un Carlos no hay nada mejor que otro Carlos, bueno supongo que para un Matías no debe haber nada mejor que otro Matías, ja, ja.
- No sé, no sé.
Sotelo empezó a sentir que sobraba en aquel extraño y bizarro encuentro entre Carla Romanini y Matías Alemanno, entonces le dijo a la modelo:
- ¿Qué tal si nos vemos despues a la tarde y vemos como quedo el videíllo así lo subimos a Instagram?
- Perfecto, Matías – le dijo Carla – Nos vemos despues.
Matías Sotelo se fue rápidamente. Alemanno ya se iba a ir, sentía que todo aquello era un encuentro ridículo, y se iba a ir, pero Carla le dijo:
- Vos también podes venir a mi departamento. Antes que Sotelo.
- ¿Me estas hablando en serio?
- Por supuesto Matías. Si no queres no hay problema, pero sí queres podemos ir.
- Bueno vamos – dijo el rugbier, aceptando aquel ofrecimiento sin dudar.
Rato despues los dos estaban en el departamento de Carla, ubicado en una zona top y lujosa de Buenos Aires, algo acorde con quien creía ser la sucesora de Legrand y Gimenez.
- Que buen departamento – dijo el rugbier – y que vista fenomenal al río.
Alemanno empezó a contemplar el río, el piso era tan alto, que hasta se veían las costas del Uruguay en un día claro. No vio que Carla se puso frente al espejo, y se miró a sí misma, mientras decía en vos alta:
- Es la oportunidad Carla. Sos una Carla y sos patona. Hoy te convertís en Quesona. En Quesona.
- ¿Dijistes algo Carla?
- Nada Matías – dijo Carla, que mientras pronunciaba esas palabras, se ponía los guantes blancos.
Matías siguió contemplando el espléndido departamento de Carla. En una pared vio un cuchillo muy antiguo, largo y filoso. Había también un arma muy antigua, un trabuco, una especie de revolver del siglo XVIII. Sobre esa pared había una mesa, y sobre la mesa, una enorme horma de Queso Gruyere, que sobresalía por sus agujeros.
- ¿Y ese cuchillo? – preguntó el rugbier - ¿Y ese revolver?
- Lo compré en una feria de antigüedades. Le llaman “atamaqueño” o “corvo chileno” por que los usaba la infantería de Chile durante la Guerra del Pacífico, eso es lo que me dijeron. Y el revolver es un trabuco, lo usaban los piratas en el Siglo XVIII.
- Muy curioso. ¿Los comprastes al mismo tiempo?
- Sí, en la misma feria. Pero uno lo compré primero y el otro después. Pero bueno Matías, deja de ver mi departamento, y que te parece si empezamos a jugar.
- Dale, empecemos a jugar – dijo el rugbier - ¿Y ese Queso tan grande en aquella mesa?
- Quizás lo usemos en el juego, ja, ja. A ver tirate en ese sofá.
El rugbier se tiró en el sofá, un sofá ubicado en el medio de aquel amplio ambiente, y Carla le sacó las zapatillas, y despues las medias, le empezó a hacer cosquillas en los pies, con una pluma primero…
- Ja, ja, ja – río el rugbier, que no paraba de reir mientras Carla le hacía cosquillas en los pies, con las plumas primero, despues con los dedos.
- Veo que te gusta mucho este juego – le dijo Carla a Matías.
- Claro que me gusta el juego.
- Ahora voy a chuparte los dedos de los pies, uno por uno.
Carla le chupó los dedos, uno por uno, despues la planta completa de los pies, del pie derecho, del pie izquierdo…
- Creí que iban a oler más fuerte, se nota que sos un Matías, no sos un Carlos.
- Ja, ja, ja, sí en el mundo del rugby es muy famoso Carlos Ignacio Fernández Lobbe, ya retirado de Los Pumas, muy Quesón, dicen que esos pies huelen muy, muy fuerte.
Carla se paró y agarro un latigo…
- ¿Qué haces loca?
- Te voy a dar latigazos.
- No, no, loca, no, no, loca – dijo Matías.
- Te va a gustar.
Carla le dio un par de latigazos, y efectivamente le provocaron un gran dolor al rugbier, pero curiosamente, también un gran goce y satisfacción…
- Tenías razón Carla, me gusto mucho…
- Sí te gusto eso, te va a gustar esto, también. Date vuelta, a ver tu culito.
Como un esclavo obediente, Matías Alemanno se dio vuelta y le mostró el culo a Carla, que empezó a darle fuertes patadas con las botas, patadas muy fuertes, otra vez el dolor le causó goce y satisfacción al rugbier.
- Espero te guste la parte gastronómica – le dijo Carla, que agarró el Queso, y se lo tiró encima.
- ¡Ja, ja, ja! – río Matias Alemanno, contento de haber recibido el “Quesazo”.
- ¿Te gustó el Quesazo?
- Mucho. La pasé muy bien hasta ahora, pero quiero cogerte. Quiero chuparte la concha, dale.
Carla se tiró encima del rugbier, que empezó a chuparle las tetas y la concha, con gran intensidad, las chupadas fueron fuertes, ahí la penetró con pasión, no con el salvajismo propio de un rugbier, sino con ternura, sí, con algo de ternura.
- Qué bien la pasamos, Carla.
- Y falta lo mejor.
La modelo se paró, el rugbier quedó en el sofá. Carla se acercó a la pared y vio el cuchillo, y el trabnuco, pero se detuvo en el cuchillo, era un cuchillo muy grande, largo, con la punta algo curva, el “Corvo Chileno” y lo agarró con los guantes puestos. No dudo ni un instante. Con el corvo chileno en sus manos, Carla empezó a acercarse a Matías. El jugador de rugby le daba la espalda, estaba sentado sobre el sofá, no la veía acercarse a la chica, aunque empezó a escuchar algunos pasos.
- ¿Sos vos Carla?
- Soy yo, Matías. ¿Todavía queres jugar más?
- Por supuesto – dijo Matías – pero ahora el juego lo decido yo, ja, ja.
- No – dijo Carla – yo decido el juego siempre, porque soy la Quesona, y vos el Quesoneado. Y ahora viene el juego llamado ¡El corvo chileno!
- ¿Corvo chileno? – dijo Matías, mientras Carla levantaba el cuchillo y ¡zas! se lo clavaba al rugbier por detrás.
- Raaaaaaajjjjjjjjjjjjjjjjjj – se escuchó el grito de dolor de Matías mientras la asesina le hundía el cuchillo hasta el mango, atravesándole el cuello, saliendo la punta por la parte de adelante.
No fueron necesarias más heridas. La cuchillada fue letal y efectiva. El cádaver de Matías quedó tumbado sobre el piso, con el cuchillo clavado sobre su cuello, de espaldas. Una enorme masa de carne sin duda el cuerpo del rugbier.
La asesina tomó el Queso con sus guantes blancas y lo tiró sobre su víctima.
- Queso. Matías Alemanno – dijo la asesina, mientras tiraba el Queso sobre el cadáver de su víctima.
La asesina contemplaba el cadáver de su víctima. Estaba más que exultante y satisfecha: ya era una Quesona de hecho y derecho. Ya había cometido su primer asesinato. Ya había cometido su debut como Quesona, su debut como asesina. Con una mezcla de euforia y goce sin freno, la asesina seguía viendo el cadáver del rugbier, con el corvo chileno clavado sobre su cuello.
- ¡Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiinggggggggggggggggggggg! – sonó el timbre y detrás de la puerta se escuchó una voz - ¡Soy Mati Sotelo! ¿Estás Carla? Hace rato estoy tocando el timbre.
- ¡Matías Sotelo! – exclamó Carla Romanini - ¡Me había olvidado que venía por aquel videíllo! ¿Cómo hago para esconder el cadáver de Matías Alemanno? ¡Imposible deshacerme de ese enorme bola de carne! A ver…
- Ya voy Mati, ya voy – dijo la asesina – esperame un rato, recién estoy saliendo del baño.
La asesina volvió a mirar el cadáver del rugbier al que había asesinado, sin saber bien que hacer, en forma instintiva agarró la cortina y lo tiró sobre el cadáver del rugbier, Queso incluído, tapándolo. Entonces fue a abrirle la puerta a Matias Sotelo.
- ¡Hola Mati!
- Hola Carla – dijo el modelo y actor mientras ingresaba al departamento.
- Disculpame, esta todo desordenado, sucio – mientras entraban al departamento. El cadáver del rugbier estaba ahí pero tapado por la cortina. Sotelo no lo vio.
- Bueno, a ver el videillo – dijo Matías.
- Tus pies Matías – le dijo Carla, como cambiando el eje de la conversación.
- ¿Mis pies?
- Le quiero sacar fotos a tus pies, para agregar al video.
- Bueno dale, raro, pero sí acepto.
Matías Sotelo se tiro al sofá, al mismo sofá donde se había tirado su tocayo rugbier y se sacó los zapatos, Carla le sacó un par de fotos.
- Van a quedar de rechupete – le dijo Carla.
- No le encuentro mucho sentido. Pero sí te gusta, ja, ja.
- ¿Le puedo hacer cosquillas?
- Hacele, Carla, hacele, ja, ja.
Carla empezó a hacerle cosquillas, a Matías le gustó…
- Ví que te postulaban al Bailando y al Marginal en tu Instagram.
- Es una obra de mis amigos, ja, ja.
- ¿Sos gay?
- ¿Queres que te pruebe mi homosexualidad? ¡Ja, ja! Mira como se me paro mientras me hacías las cosquillas.
Efectivamente, Matías Sotelo había tenido una gran erección y fue ahí cuando la penetro a Carla, teniendo una relación tan intensa como fogosa y apasionada. Se movieron de un lugar a otro, se salieron del sofá, y empezaron a dar vueltas en el piso. Dejaron de coger después de haber disfrutado tanto. Carla se paró. Matías quedó en el piso y vio el bulto, sintió gran curiosidad, y no pudo evitar correr la cortina. Sotelo quedó espantado ante lo que vió. No lo podía creer. Contempló el cadáver del rugbier con el cuchillo clavado.
- ¡Ayyyyyyyyyyyyyyy! – gritó de terror Matías Sotelo - ¿Qué es esto?
- Nunca confíes en una asesina – le dijo Carla a Matías Sotelo - Ja, ja.
Sotelo dio vuelta su cabeza y quedó boquiabierto al ver a Carla sosteniendo el trabuco ante el.
- ¿Me vas a asesinar a mí también, loca?
- Loca no, Quesona sí. Ja, ja, a el le tocó el cuchillo, a vos el trabuco.
- ¡Nooooooooooooooooooo!
Matías Sotelo se arrodilló para pedir clemencia, pero la asesina era cruel e implacable, Carla le disparó los seis balazos que tenía aquel trabuco, aquella vieja arma del Siglo XVIII. El cadáver de Sotelo quedó tendido en el piso.
- Queso – dijo la asesina mientras tiraba otro Queso, esta vez sobre el cadáver de Matías Sotelo.
Carla envolvió los dos cadáveres con sabanas y con el Queso incluído, no parecía fácil deshacer de los dos cadáveres, pero con gran paciencia, mientras contemplaba el río, pudo bajar los dos cadáveres, desnudos y queseados, y los tiró en un descampado cercano, con total impunidad, y con una fuerza de la que ella misma se asombró.
De regreso en su departamento, la asesina se contempló así mismo ante el espejo. Y se dijo:
- Yo soy una Quesona, una asesina de hombres, ¿Seré acaso la asesina de los Matías? Solo el tiempo, los futuros asesinatos y los próximos Quesos lo decidirán.
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