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La fotografía apareció como impulsada por las manos misteriosas de la casualidad. Allí estaba ella, sonriente, desinhibida, bella como ninguna. El hombre la tomó y la contempló con arrobamiento. Tantos, tantos años atrapada entre otros papeles y los colores estaban intactos, como aquella tarde en que él le tomó esa instantánea porque creyó capturar la imagen de una diosa. Pero allí mismo, fundido entre el turquesa del cielo, los fucsias de su traje y el amarillo pálido de la arena, estaba casi desapercibido ese maldito germen, el que nunca quiso visualizar, enamorado como estaba. Y allí está junto a ella y dentro de ella, surcando la curva de sus labios, dibujando la geografía opulenta de sus senos y descendiendo por sus muslos de fuego, allí, en todo lo suyo. Y él, ciego, pero desobedeciendo a la vocecilla interna que lo alertaba, se rendía a sus pies, lamía sus plantas como un perro y atrapaba su cintura para que hicieran el amor hasta perderse ambos en laberintos de locura. Y quedaban exhaustos en el lecho, o en el piso, en la arena y en el lugar en que el deseo los acuciara. Mas, lo intuía, lo intuía, la vocecilla aquella, que quizás no fuera otra cosa que el simple sentido común que generalmente acallamos como quien desoye los consejos de alguien que lo contempla todo desde el frío punto de vista neutral.
Y ese rumor, que también lo escuchaba desde sus huesos, le clamaba y él lo atribuía a un malestar de carácter orgánico. “Te va a dejar, te va a engañar, quizás ahora mismo te está engañando”. Y él, tragando píldoras contra la artritris y ella sonriendo, sonriendo y coqueteando.

Hasta que la sorprendió con otros tipos, su apetito era gigantesco, él la veneraba, era suya, desde siempre y para siempre. Pero nunca fue así.
Por eso, al apretar esa fotografía contra su pecho, el hombre no pudo evitar las lágrimas. Ya nunca será y si los cielos aquellos continúan regalando matices turquesa y las arenas doradas aún aguarden sus plantas, ella ya no acudirá para replicar esos momentos.
Lo ha decidido. Ya no pudiendo soportarlo más, hoy confesará. Quizás la cárcel aplaque los remordimientos y disipe de una vez por todas el intangible fantasma de ese deseo que se niega a abandonarlo.











Texto agregado el 31-07-2019, y leído por 224 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
04-08-2019 Empieza con un toque divino de sensualidad y termina con un mazazo de tragedia. Excelente narrativa con un recurso descriptivo pletórico de creatividad. Te abrazo mí tan amado y dulce amigo. SOFIAMA
31-07-2019 Me gustó mucho, mucho. Un beso. MujerDiosa
31-07-2019 Buenísimo ¡Felicitaciones! las descripciones, la trama, el desenlace, de todo mi gusto. Un abrazo, sheisan
31-07-2019 Me encanto. Creo que casi nadie es exento de los celos de una forma u otra en un momento u otro y tu nos regalas el relato perfecto de ese sentimiento que carcome desde nuestros cimientos. Abrazos y estrellas. Justina hechizada-1
31-07-2019 Que terrible debe ser que mientras se ama con esa locura que plasmas,una voz te hable para prevenirte y que luego lo compruebes . Me emociona la escena donde aprieta la foto contra su pecho,se puede percibir su dolor. Tus twxtos llegan profundamente y duelen. Consigues lo que un gran escritor desea***** Besitos Victoria 6236013
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