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Ella era diferente.
Nada que hubiera conocido se le asemejaba siquiera.
Y quizás fue eso lo que me atrapó.
Meses de charlas, miles de horas hipnotizado frente a la pantalla, riendo, suspirando, temblando y hasta llorando, habían logrado aquello que ya no creía posible: me sentía enamorado.
Todo indicaba que ella era inaccesible, por lo menos para mí.
Era joven, hermosa, sumamente inteligente, conflictiva y conflictuada. Nuestras charlas solían convertirse en círculos viciosos, torbellinos de ideas, idas y venidas filosófocas que no iban hacia ningún lado y al mismo tiempo lo abarcaban todo.
A veces quería poseerla, a veces dejarme llevar por ella en sus vuelos. Pero se negaba. A todo. Ni un paso más. Para qué arriesgar algo tan lindo. Esa intimidad que sólo era posible en nuestra burbuja de letras desnudas, insinuaciones, sentimientos y admiración mutua. Para qué, me decía ella.
Y tuve que admitir que de una extraña forma, tenía razón.
La semana pasada charlamos mucho. Muchísimo. Y noté algo diferente en ella.
Como al pasar me dejó entrever que pasaba a menudo cerca de mi casa. Lo tomé como una de sus trampas. Un tanteo más para comprobar mi honestidad y mi nobleza, por lo cual no me di por aludido ni le respondí.
Ayer, sin embargo, me mandó un mensaje: "Voy para tu casa, esperame".
Quedé paralizado. No sé cuánto tiempo, pero fue suficiente como para que golpearan a mi puerta... y temblé.
La observé por la mirilla y era ella.
Abrí y nerviosamente le sonreí.
Ella pasó a mi lado casi ignorándome, y con una risa en su boca me dijo: "Esos son los malditos caracoles que tanto te gusta ordenar?". Y sin esperar mi respuesta los volvió un amasijo caótico. De no haber sido ella, me hubiera enojado. Pero ¡me sentía tan feliz!
Horas charlando, hipnotizado, suspirando, temblando y hasta llorando, pero ahora frente a ella.
Y ella también lloró.
Y me alegró que lo hiciera, porque me permitió ver su lado más humano.
Cuando se fue no hubo promesas ni planes. Simplemente fue eso, un encuentro más. Diferente pero igual. Tan loco y tan coherente como siempre.
Me senté en el sillón a ordenar mi mente, y vi ese Kleenex empapado en sus lágrimas. Lo tomé para tirarlo y estaba tibio aun. Era extraño: no debería estarlo.
Lo observé y parecía normal. Mi vista no detectaba nada especial, excepto algunas pequeñísimas manchitas oscuras.
"Maquillaje", pensé. Pero decidí usar una vieja lupa de muchos aumentos que tenía de adorno.
Y mientras observaba lo comprendí todo: a través de la lupa miles de nanobots me observaban a mí...

Texto agregado el 29-07-2019, y leído por 88 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-07-2019 Sí que diferente, muy diferente. Un abrazo, sheisan
 
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