Ambos acezando, con la respiración entrecortada, contemplándonos. En el segundo siguiente tú te esmerarías en conocer mis secretos y yo haría lo imposible por ocultártelos, porque de ello dependería el futuro de ambos. Nos miramos a los ojos como si quisiéramos traspasarnos. Y como si la fugacidad del relumbrón de un flash te hubiese iluminado para apagarse al instante, alcance a ver tus cabellos rubios y ensortijados, tus ojos muy abiertos, en los que se leía la pasión, el misterio, el quizás.
Me aparté brevemente mientras tu cuerpo se doblaba en dos. En tu gesto parecías querer señalar los destinos, las opciones, el engaño. Cuantas veces nos abrazamos, fuimos uno y ahora la vida nos jugaba esta traicionera jugarreta. Me conocías tanto y yo…no sabías cuánto.
Y ese cuanto fue decisivo. Al golpear con fiereza eso que se transformó en un obús, alcancé a divisarte arrojándote al lado opuesto, mientras el grito coreado por miles de voces, celebraba mi acierto y la derrota tuya. Los penales son una lotería, ya lo sabemos, pero hay que saber apostar.
Haber sido compañeros me sirvió para conocerte y tener muy claro que siendo un excelente portero, casi siempre elegías el lado derecho. Con ese tanto ganamos. Me dolió, créeme amigo, haberte derrotado.
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