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La callejuela estaba de nuevo enfrente a él. Estaba oscura como todas las noches. Los tres, o cuatro, focos de luces que siempre la habían iluminado, habían dejado de hacerlo hacia mucho tiempo. Las autoridades competentes no los habían vuelto a reparar por considerarlo poco rentable para las arcas municipales. Cada vez que los operarios municipales los arreglaban, a las pocas horas los gamberros de turno los rompían, volviendo a dejarlos como al principio. Por eso habían decidido dejar de ponerles las luces.

Nunca había ocurrido, en aquella callejuela, ningún percance que les trajera malas noticias. Si en alguna ocasión ocurría algo solo se limitarían a informar “Hasta el día de ayer las luces estaban en perfecto estado de conservación, Tal vez algún gamberro se aprovechó de ellos para saciar su instinto anti cívico”. De esa manera saldrían del paso, como siempre lo hacían.

En cierto modo el Ayuntamiento tenía razón. Nunca había sucedido nada destacable que sirviera para engrosar las páginas centrales de los diarios locales. Pero siempre podría ser la primera y esa era la incertidumbre de atravesarlo y mas si eran todos los días. Por eso el factor de riesgo subía cada vez más.

Miró hacia atrás. Vio que no venia nadie y se decidió a atravesarlo. No le quedaba mas remedio si quería llegar a su destino.

Iba vestido de negro. Se aprovecharía del color de su vestimenta para mimetizarse entre las sombras. Pisaría con sumo cuidado para no levantar ruidos sospechosos que pudieran denotar su presencia. Iría adosado a la pared, como todas las noches, para evitar ser atacado por sorpresa, por su lado izquierdo.

Sobre su cabeza, algunas de las luces amarillentas de los hogares, muy pocas, dejaban unos suaves hilos de luz que se difuminaban por completo antes de llegar al suelo. Dándole al lugar un aspecto mas lúgubre y tenebroso.

Al fondo del callejón una tenue luz servia de lienzo para dibujar las siluetas fijas de algunos vehículos automotores, contenedores repletos de basura y algún que otros bultos amorfos sobre las malolientes aceras.

Caminaba poco a poco poniendo los cinco sentidos en el ambiente que le rodeaba. Todo estaba en aparente calma. Los ruidos que se oían eran los de costumbre; los gritos de la vecina del segundo obligando a su hijo a acostarse y el llanto de este por no querer hacerlo.

La música que salía de alguno de los hogares era la misma de siempre. Hoy se podía escuchar “Yira” de Carlos Gardel.

El ruido de los aire acondicionados zumbaban a su alrededor; lo mismo que los producidos los pocos automóviles que dejaba atras y que se iban perdiendo en la distancia.

Siguió caminando con los músculos en tensión. De pronto un leve ruido delante de él le hizo detenerse en seco. Oteo por entre la oscuridad y no vio nada anormal. Levantó la vista y vio que una mujer, que estaba en una ventana, estaba a punto a arrojar, a través de ella, una bolsa con restos de comida o basura en general. Los contenedores estaban situados debajo mismo de su ventana. “Para que bajar, si puedo encestar”, “se diría ella” – pensó él –.

La mujer miró para ambos lados. Hizo caso omiso del caminante y dejó caer la bolsa con restos de comida sobre el contenedor. Se vio que era bastante experta en hacerlo pues la bolsa cayó justo en el centro del mismo. Evitando que, con su mala puntería, el golpe esparciera el contenido por los contornos.

Esperó a que la mujer se introdujera de nuevo en su casa, y cerrara la ventana para seguir su caminata como si no hubiera pasado nada. Pensó que su oscura vestimenta le había ayudado a ser “invisible” pero quizás le hubiera sido de poca ayuda si le hubiera caído encima por no verlo.

Llevaba unos dos metros de camino cuando volvió detenerse al ver que uno de los objetos amorfos que descansaban sobre el pavimento peatonal empezaba a moverse y a levantarse. El mencionado objeto poco a poco tomó la forma de un mendigo. Y con la ayuda de los contenedores terminó de erguirse. Metió la cabeza en el contenedor donde había caído la bolsa. La saco del mismo. Con calma rompió el envoltorio de plástico y escarbo en su interior. Al mismo tiempo que esparcía el contenido por el suelo iba metiendo en la boca el alimento, o resto de él, que encontraba en la bolsa.

Pasó por detrás del hombre. Este no se percató de su presencia y si lo hizo no mostró el más mínimo interés de molestarlo. Cuando estaba justo a sus espaldas, el caminante, dio unos pasos mas apurados que los otros y se alejó lo mas rápido que pudo, pero sin correr, de aquel pordiosero.

Ya le faltaba poco para llegar a su destino cuando observó que en la acera de enfrente unos objetos se movían acompasadamente y rítmicamente de arriba hacia abajo. Escudriñó como pudo la vista y observó que una mujer estaba recostada en un automóvil, con las piernas separadas y un hombre se mecía arriba de ella. Escuchó unos gemidos como si la lastimaran.

¿Seria esa la noticia que estaba esperando el ayuntamiento para hacer que esa callejuela fuera noticia por unos días? No lo sabía y no estaba dispuesto a quedarse para saberlo. Siguió caminando y llegó a su destino.

De un ligero salto se subió a una de las ventanas que estaban ligeramente iluminadas desde su interior.

Se empezó a acicalar el pelo con suaves lamidos de lengua mientras esperaba a que se abriera la puerta y saliera por ella la persona que le traería la comida. Por el olor que emanaba del interior del local se podía percibir que como siempre al “Chef”” se había esmerado. Así que hoy podría ser desde los restos de tallarines hasta algún trozo suculento de pescado, pasando, porque no, de restos de langosta. Empezó a relamerse de gusto pensando en su menú mientras un leve maullido salía de su gatuna garganta.


(c) Derechos Registrados

Texto agregado el 29-09-2004, y leído por 934 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
06-11-2004 Otro muy buen cuento, Un abrazo. carloel22
21-10-2004 Me lo imaginé todo el tiempo mucho más grande. libelula
20-10-2004 Disfruto leer este cuento tuyo. Muy bueno. Un abrazo enorme. Shou
11-10-2004 ¡Un gato negro! jajaja¡Genial! Un cuento con suspenso y muy bien narrado. Lo disfruté. Gracias. marimar
04-10-2004 Muy bueno, buenísimo cuento. margarita-zamudio
29-09-2004 me gustó mUCHÍSIMO¡¡¡ te dejo mis 5*Y un gran beso monilili
29-09-2004 los gatos ven mejor de noche, qué buen cuento, estuve en scuas esperando un desenlace feroz, está genial estrellas todas saludos india
 
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