Negrura de pasos abstractos, son estos la tortura de rastros
dejados y nunca olvidados. ¿No es esto ser desagradecido
con la divina providencia, quien finalmente, cuando nos observamos
sin reparo y mustiedad, nos acoge cual si fuese el placer más grande
del universo? Me ufano a veces de ser el provicero de mi adagio; entonces me encuentro frente a un suicida sin iniciativa. Es mi silueta
frágil y lánguida, el acanto irrisorio de un ser, quien sabe, superior. Eso lo ignoro.
Infructuosamente, el resultado es alopático.
¿Qué hago entonces con esto que siento, tan arraigado en la carne, en las venas? En la mente.
Cuando me veo de niño jugando en aquel parque arenoso y deliciosamente bullicioso, llevo el significado de la palabra toponimia más allá de lo convencional.
Me recreo en un mundo fantástico en el que no aparecen los ojos molestamente arrepentidos de mi padre, y esa sensación incontenible de partir su cráneo hasta verlo caer, no la conozco; luego esta ella, si, ella que; tan feliz me hace: ese rostro lenitivo que me estremece y pareciera que todo mi cuerpo llorara porque ahoga mi voz. Me libero de predicamentos e ironías, cierro con satisfacción esa abacería maldita del alma, con la columna de luz que forma el sol al pasar a través de mis dedos. Sujeto con fuerza, pero sin dañar, las mejillas blandas de mi madre, que me mira como si encontrase la salida del túnel, soy expiado en la sombra de su dulce pupila que asiente con su parpado de risa, sus pestañas de caricia… y su lágrima de vida. Recuerdo los rostros del camino, luego me pierdo cual si fuera la suma de todos, como un terliz provisto de ese raro encanto que no combina con nada.
Y comienzo de nuevo a pesiar, golpeo mi puño contra la pared, me agrada el dolor, me vuelve a mis cabales para recordarme que soy el sofito de los cielos, la raíz parlante de la tierra, la distracción del viento, el eco desesperado de la tristeza en el que, ningún espacio ha quedado,
cada silaba como una hondonada pasional
ha cubierto esa planicie nerviosa,
sobre la que se extiende toda sensación
de un bello poema. Así, desviando en el fondo, como la mar en el infierno, y se llora así mismo ahogado en la condena de su reino, apostando a la vida, a nada.
Asumiendo el riesgo de quedar destrozado.
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