El miedo
Éramos cinco hombres avanzando dentro de aquellos montes desconocidos, habíamos salido de la cuenca del rio Chixoy hacia Quiche a apoyar al frente X de la insurgencia emergente de aquellos años tan llenos de guerra y fervor por la patria.
Dentro de aquellos montes también había espacios abiertos que obligadamente tendríamos que pasar o bordear, pero el tiempo, el hambre y el cansancio obligaban a acortar camino aun a riesgo de encontrar al enemigo de frente.
Cuando desembocamos en un claro donde el espacio abierto cubría más o menos dos kilómetros nos detuvimos a dialogar, no habíamos detectado nada, ni siquiera habíamos oído el sonido sordo de los helicópteros “Shopper” que siempre sobre volaban el área, fue entonces que decidimos arriesgarnos y cruzar aquellos dos o tres kilómetros de infierno.
El lugar estaba formado por varias hondonadas que apenas cubrían la estatura de un hombre pequeño, caminábamos en línea recta hacia el espacio más corto cuando de pronto las balas empezaron silbar por todos lados, casi al unísono nos lanzamos a tierra, nos resguardamos en la pequeña hondonada y desde ahí no podíamos ni mover la cabeza.
Nunca había sentido un miedo así, tan palpable, tan cercano, veía los rostros de mis camaradas pálidos y sombríos, sabíamos que estábamos perdidos, que la muerte era inminente, el miedo paraliza y no deja pensar, yo no estaba a cargo de la columna, pero grité lo más fuerte que pude.
¡Hijos de la gran puta, dejen al menos que nos defendamos!
La respuesta fue una lluvia de balas más nutrida que la anterior, estreché mi fusil contra mi pecho, entrecerré los ojos y ya no pensé nada, solo sentí un calor interior que me obligo a sentir furia, valor, honor y una intrepidez digna de un guerrillero que defenderá su vida y la de los suyos.
Nadie esperaba esa actitud, ni mis camaradas, me arrastre un poco al lado más profundo de la hondonada y me pare, el M16 me temblaba en las manos, salí corriendo hacia el resguardo de los árboles y los distraídos hombres que nos atacaban no supieron ni de donde les vino la muerte vi caer a dos de ellos.
Lance varias granadas y seguí disparando, les forme una barricada de humo a mis camaradas y todos salieron ya con el valor y lo aguerrido en el alma, salimos con bien de esa emboscada, a mí me sangraba el brazo izquierdo debajo de bíceps donde un pequeño rozón había roto la piel.
Esa fue la primera vez que sentí miedo en serio, un miedo paralizante, un miedo difícil de vencer, pero también me enfrenté a mí mismo y descubrí cuanta valentía hay en la naturaleza humana y a pesar de que perdimos la guerra nunca perdimos nuestros ideales y el valor de uno. |