Debo confesar un pecado que cometí en esta página en octubre de 2005. No vayan a imaginar que me involucré en un desfalco para escaparme con la recaudación de Los Cuentos.Net. Tampoco le prometí amor eterno a nadie y luego me hice el desentendido. Nada de eso, la cosa es mucho más simple. Despistado, como lo he sido siempre, desconocía por completo - figúrense ustedes- que existía una cartelera que mostraba una cantidad específica de textos subidos por los cuenteros. Valga este primer párrafo para tratar de explicar la torpe acción que cometí sin medir sus consecuencias y que, por supuesto, me valió el repudio de casi todos los que también subían sus trabajos con legítimas expectativas de ser leídos, comentados y por supuesto, resignados a ser sometidos a la vindicta anónima de ese colocador de unos, que entiendo no es sólo uno sino varios, según dichos de Miss Marple (q.e.p.d.).

El tema es que –ahora doy la cara -debí hacerlo hace mucho- y por supuesto me expongo al juicio público-. Fue una cantidad enorme de cuentos y poemas que trasladé de Guinemona, en cuyo espacio redactamos diferentes textos a dos manos con la recordada Anémona y que fenecido por diversas circunstancias y ante un problema que tuve con mi entrada a Gui, lo utilicé para subir mis propios relatos. Y, perdonen si los lateo, cuando me solucionaron el problema con mi página, comencé a trasladar mis asuntos como quien se cambia de casa, sin sospechar que estaba usurpando el derecho de quienes ya visualizaban su texto entre los publicados, y que contemplaban como de la nada aparecía este detestable Gui subiendo uno, dos, tres, diez, quince cuentos y enviando los suyos a ese nimbo en que desaparecen, algo que ni nito69 ni nelsonmore han tenido el estómago de realizar.

Por supuesto que dichos textos recibieron el más unánime rechazo, nadie los comentó y allí se quedaron sin que ni siquiera la embozada mano del que coloca nota uno como quien come pan con queso, plasmara su obra en alguno de mis relatos. Y allí se quedaron, solitarios e ignorados como los carteles de esos negocios que pregonan que “hoy no se fía pero mañana sí”. Pagué mi culpa, claro, y de alguna manera eso me libera de cualquier remordimiento. Desde entonces, he tratado de ser un personaje quitado de bulla, compulsivo sí en publicar a cada rato, lo que de cierta manera debe ser una lata para los demás que tienen que estarme comentando a cada rato. Pero soy agradecido y paso por los suyos de vuelta.

Agradezco su atención. Prometo que jamás subiré más de un texto por vez, salvo si Gui y Guidos se topan en el listado de publicaciones por esas cosas de la vida. Puede que sea gracias a esta confesión, hecha sin que un sacerdote me haya ordenado paliarla a punta de padrenuestros y avemarías, pero después de lo relatado, les juro que me siento mucho más liviano.