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En plena proyección de un film de Ingmar Bergman, degustado por todos, dada la exquisitez, sensibilidad y profundidad temática de la obra, las letras comenzaron a deslizarse mientras el il crescendo de los violines del tema principal anunciaban el final, apareciendo alternativamente en dichas diminutas letras el nombre de cada integrante de tan prestigioso film, desde el director hasta el más humilde colaborador. Fue entonces que las letras se detuvieron de golpe y- aquí me invade un inmenso pudor al contarles lo sucedido, corriendo el gran riesgo de que me tomen por un tremendo mentiroso- la letra A, que al parecer era la líder en este asunto, se puso de manos en caderas, (por favor, hagan el ejercicio de imaginársela, aunque sé que es realmente difícil concebirla), y con una voz clara y perfectamente audible para todos los sorprendidos espectadores, dijo:
-Ya lo sé, es Bergman y por supuesto, a él se le idolatra y yo misma, letra parlante, podría ser otra muestra de su genialidad.
-Aquí, la vocal hizo un paréntesis para tragar saliva y afirmó tajantemente- ¡Pero no lo es! ¡No señores! El gran director ni siquiera intuye lo que ahora está sucediendo y les agradecería que ninguno de ustedes se retire de la sala sin escuchar lo que tengo que decirles.

Las señoras, con la sorpresa manifestándoseles en sus ojos y bocas bien abiertos, miraban para todos lados buscando respuestas mientras sus maridos sonreían sospechando alguna patraña y otros, con una expresión estólida que no significaba ni una ni otra cosa. La letra A, se agrandó y quedó situada en medio de la pantalla:
-Esta es una gran producción cinematográfica y ninguno de los presentes podrá discutirlo, actúan estrellas del cine mundial, se invirtieron sumas millonarias en esta producción. Se agradece a todos los que participaron en esta película: actores, director, productores, libretistas, maquilladores, aseadores, mucamas y un largo etcétera de personajes. Pero, a nosotras, las que rubricamos un final de campanillas que les conmueve el alma a todos ustedes, mis estimados, nosotras, las letras, las simples letras, no merecemos ni la más mínima mención en este largo reparto. Díganme ustedes: ¿quiénes sino nosotras somos las que indicamos ese momento exacto en que ustedes pueden comenzar a aplaudir, a derramar algunas lagrimitas emocionadas, a levantarse de sus asientos y comenzar la retirada con el corazón encogido por el simple hecho de ser espectadores de una obra maestra? Sin nosotras, deslizándonos despaciosamente desde abajo hacia arriba, ustedes permanecerían en sus asientos capturados por la magia de Bergman, acaso imaginando cada uno de ustedes que también son actores de una obra que se prolonga indefinidamente.

Los espectadores se miraron unos a otros y comenzaron a dar muestras de solidaridad con esas humildes letras a las que sinceramente muy pocos o acaso nadie las tomaba en cuenta.

-Ahora mismo –continuó la A- ustedes están absortos escuchando mis palabras. Tengo la convicción más profunda de que jamás se detuvieron a pensar en esta injusta situación que nos aqueja.

-¡Hay que demandar a Bergman!- gritó un exaltado.
-¡Indemnización para las letras deslizantes!- protestó otro y su proclama fue la mecha que encendió todo. Una silbatina ensordecedora remeció la sala mientras el personal encargado de la proyección no entendía nada.
-Por último –dijo la A- necesitamos que se nos reconozcan nuestros derechos y por lo mismo, vamos a formar un sindicato que nos proteja y vele por nosotras.
-¡La A presidenta! –gritó el público a coro, ya de pie y aplaudiendo entusiastamente.

Ante tanta baraúnda, el proyeccionista, o “cojo” como se les nombra en Chile, se hizo de un par de tijeras y en un gesto desesperado cortó el celuloide en dos partes. De inmediato la pantalla reflejó sólo el blanco del telón y la gritería aumentó. Las aposentadurías fueron arrancadas de cuajo por el público y después volaron a todas partes. Un muchacho extrajo de uno de sus bolsillos un spray y trepó de un salto sobre el escenario para escribir con destreza sobre el telón: Cindicato pa las letras deslisantes. Buena ortografía no tenía, pero el entusiasmo le sobraba.

Me da un poco de vergüenza continuar con este relato que para ustedes debe parecerles descabellado. Lo cierto es que la policía informó que hubo grandes daños en la sala de cine arte, el público le prendió fuego al cortinaje y descuajó todas las aposentadurías, quedando a la vista de las autoridades un páramo que más parecía un campo de batalla que una sala de cine. No hubo detenidos, porque la gente huyó en tropel, pero la prensa y la televisión divulgaron que la letra A había sido detenida por iniciar el desorden y que ahora estaría incomunicada en algún lugar que no ha sido dado a conocer. Este asunto llegó a oídos de Bergman, quien sólo se encogió de hombros, creyendo que era una contra propaganda para descalificarlo. Muchos aguardan que en su próximo film no aparezca ningún título ni letras que les den soporte y que posiblemente deberá recurrir al idioma chino o al hindú, ya que sus caracteres todavía no arman su sindicato.




(Cuento prestado por Gui).













Texto agregado el 23-07-2019, y leído por 213 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
25-07-2019 Qué ingenio! Te felicito y abrazo SOFIAMA
23-07-2019 Realmente fantástico lo que has escrito. Tienes una imaginación notable, leerte me estimula a seguir intentando escribir, inventar alguna historia, Vayan todas las estrellas del cielo para ti y mi admiracion. maariadelapaz
23-07-2019 ¿Descabellado?, noooo, tenés que leer las cosas que hace la señora D, entonces. MujerDiosa
23-07-2019 —¿Se imaginan un sindicato de las letras? Sería muy posible que Bergman e incluso nosotros humildes participantes de esta página nos veríamos obligados a negociar con ellas un pliego de peticiones, en el que quien sabe que exigencias nos harían. —Saludos y un abrazo. vicenterreramarquez
23-07-2019 Si así es la A imagínate la Z jajaa. buenísimo tu relato. Un abrazo, sheisan
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