| El día se presento  con rocío.  La humedad del ambiente era alta, así que las axilas exudaban ocres vahos. Era verano. Los arboles había perdido sus flores de primavera, pero aun su aroma perfumaba las plazas y las calles. Los jacarandaes dejaron atrás sus flores violetas, en una manto vegetal. La tarde se avecinaba y las palomas se arremolinaban en la plaza. Ella llegó primero. Se sentó en un banco. Miro su reloj.  Su mirada estaba vacía. Apenas observó  a su alrededor.  Atardecía .La hora del encuentro estaba fijada a las 18 horas.
 _Que suerte que  llegaste temprano, dijo el ni bien apareció por la diagonal, que da a la Iglesia.
 En el pueblo la plaza constituía el lugar privilegiado de los encuentros. La municipalidad,  la iglesia, las fuentes danzantes que ventilaban el ambiente, y las calles  con sus vericuetos, y senderos de flores.
 _Sí, y mire el reloj, así que salí apurada.
 _ Es que tengo algo que decirte”, dijo ella. Te han visto con tu mujer, la legal, por las calles, y no lo has disimulado ni un poquito. Te vieron todas  mis amigas. Apenas duermo. No como y esto es el final.
 _Lo siento mucho, es que no te quise decir que estoy casado, pero no tenemos intimidad desde hace mucho tiempo.
 _A otra  con ese verso, ¿te crees que soy ingenua, infantil e inmadura?
 _ Hay algo mas, dijo él.  Convivo, desde hace varios años, no es mi esposa, se viste de mujer, pero yo soy bisexual. Y tampoco me pareció sensato decírtelo.
 _Ah, ahora sí que la terminaste de arruinar, no soy homofóbica, ni discriminatoria,  pero detesto  la mentira.
 
 Se fue corriendo de la plaza del pueblo. Mientras lloraba, se levantó una tenue brisa que hizo que las aguas danzantes la empaparan de una redentora y epifánica   fina llovizna.
 
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