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Un cuento que escribí hace tiempo y que con seguridad algunos de ustedes ya leyeron.

La Bailarina

El sol asomaba tras los edificios del barrio periférico, bajó del colectivo en la esquina de la pensión y sin pensarlo dos veces se quitó los zapatos de tacos altos; el dolor de pies que la había martirizado durante horas se alivió instantáneamente. Con un poco de suerte y si aún los vecinos dormían, podría acostarse e intentar dormir un par de horas, se sentía entre agotada y excitada por los momentos vividos.

Con los zapatos en la mano y la cartera colgando de un hombro, cruzó la calle de adoquines y se dirigió hacia la vieja casona devenida a pensión.

La puerta del frente estaba abierta, con seguridad Mariano, el portero y administrador, ya había ido a buscar los bizcochitos recién horneados que le regalaba Laura, la panadera. Laura era la viuda más viuda del barrio, sonrió al pensar en esa mujer que todos los días y con cada cliente recordaba a su esposo muerto hacía más de veinte años pero que todas las madrugadas se revolcaba con Mariano durante un frenético y corto acto sexual que la impelía de alguna manera a seguir viva.

Tratando de no hacer ruido, cruzó el zaguán y salió a la galería dirigiéndose a su pieza, la última de esa pensión o conventillo, o como mierda la llamase la gente del barrio. Abrió la puerta, dejó los zapatos a un costado, rescató de su cartera un pimpollo de rosa y sin encender la luz se tiró sobre la cama que crujió quejosa; la cama estaba tan maltrecha que ya no aguantaba ni el peso de una pluma y ella era una pluma, sí señor, una pluma con curvas, por eso era la bailarina más codiciada en el “Salón Tanguero”.

Cerró los ojos y trató de captar la imagen del hombre con el que había bailado sólo un tango, pero que la había dejado temblando de emoción como a una niña. Era apenas guapo, no muy alto, bien vestido; diferente a los parroquianos que noche tras noche concurrían al lugar.

Lo había mirado con disimulo; entró al local con un joven con quien conversaba en forma animada ¿sería su hijo? Había cierto parecido entre los dos. Se sentaron en una mesa y pidieron champán, ella miró con tristeza su té frío servido en una copa de vino para engañar a la gilada.

En un momento le pareció que el muchacho la miraba y comentaba algo con el hombre mayor, de forma mecánica y obedeciendo a la costumbre les sonrió y luego se olvidó de ellos.

Por un largo rato estuvo absorta en sus pensamientos divagando sobre lo injusto que era el destino con algunas personas que, como ella, no habían tenido muchas alternativas de elección. Salvo prostituirse, había hecho de todo para sobrevivir.

La voz masculina se escuchó al mismo tiempo que los primeros acordes de su tango preferido.

- ¿Baila?
- Si – respondió - es mi trabajo, tuvo deseos de agregar, pero se contuvo al ver que era el hombre que la había impactado.

Con delicadeza la guió hasta la pista, mientras los acordes de ese maravilloso tango impregnaban el ambiente. Sin decir una palabra la tomó con firmeza de la cintura pegándola a su cuerpo y moviendo con destreza acariciante su mano, le fue marcando el compás y los giros perfectos, sensuales. Se dejó llevar… fue sin lugar a dudas, el mejor tango que bailara en su vida. Se sentía extrañamente emocionada mientras aspiraba el aroma varonil del cuello del hombre, le parecía estar viviendo una escena de la película por la que comenzó a gustarle tanto ese mismo tango. Quiso recordar el nombre de la película, pero lo único que recordaba era a Al Pacino bailando “Por una cabeza”. Fueron unos minutos intensos, le parecía que él iba a escuchar los alocados latidos de su corazón. Se movían armoniosos en la pista, una pareja en simbiosis perfecta dejando una rueda de bailarines a su alrededor que no podían ocultar su admiración.

Se sintió en la gloria, hasta que el tango terminó y la llevó de regreso a su mesa, despidiéndose con un “gracias por permitirme bailar con usted” acompañado de un respetuoso beso en su mano.

Después el hombre y el muchacho se retiraron saludándola con un leve gesto de cabeza, no sin antes enviarle con la vendedora de flores, una hermosa rosa roja, que ella guardó con rapidez en su cartera; sintiendo por primera vez en su vida de perdedora que alguien la había valorado como mujer.

Cerró los ojos e intentó dormir, debía descansar para la noche, la Encargada del Salón se enojaría si no la veía radiante esperando a los bailarines que, por unos pocos pesos, engañaban su soledad con un trago y bailando con una bella mujer. Por esta vez, esta única vez, ella había engañado a su propia soledad.

María Magdalena Gabetta.

Inspirado en un escena de la película "Perfume de mujer"

Texto agregado el 18-07-2019, y leído por 240 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
26-08-2019 Me encanta el Tango,,,escucharlo y bailarlo. Conmovedora la triste historia, podría ser la letra de otro 2x4. Abrazotes, Magdush Abunayelma
22-07-2019 Un muy buen cuento, muy a tu estilo. Felicitaciones amiga, lo haces bien. gui
19-07-2019 No recordaba haberlo leído. Felicitaciones muy logrado. Ninive
19-07-2019 —Recuerdo muy bien aquella película y ese tango bailado en forma magistral a pesar de la invidencia del protagonista, Ahora con ritmo de tango me deleito con tu cuento narrado en forma magistral al compás de un tango que voy imaginando. —Saludos y abrazos. vicenterreramarquez
19-07-2019 Me gustó. Marcelo_Arrizabalaga
19-07-2019 en la mejor escena de Perfume de mujer, me encantó yosoyasi
 
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