19 De niño a adulto

La venta del equipo se llevó su tiempo y esfuerzo, el jovencito recorría a pie el pueblo para ofrecer su mercancía. Todos los días, al pasar por una humilde choza, una muchacha lo saludaba, era una ex compañera de la escuela rural donde había cursado los últimos dos años de la primaria. Era un poco mayor que él y aun cuando la jovencita nunca había salido del lugar tenía un conocimiento intuitivo de la vida superior a la del muchachito.

Un día lo invitó a pasar a su casa, le ofreció un vaso de agua de una olla de barro, de esas que la conservan fresca, con un pedazo de tela le secó el sudor de la frente producido por la caminata, luego lo miró fijo a los ojos, se le acercó lentamente y le dio un largo beso en la boca, entre dulce y apasionado. Lo tomó de la mano y lo condujo hasta la puerta. Le dijo que no tenía caso iniciar un noviazgo con alguien a punto de marcharse y que no volvería a ver jamás.

Para algunas personas un beso es sólo un intercambio de fluidos corporales, para otras es símbolo de conquista, para unas más es sinónimo de entrega, hay quienes hasta lo relacionan con el amor, para el jovencito montañés ese primer beso fue la conclusión de la metamorfosis que estaba experimentando, lo transformaba de niño a adulto, saltándose olímpicamente la adolescencia.

El jovencito se preguntaba cómo una mujer sin las normas básicas de higiene, pasta dental y cepillo, puede tener un aliento tan fresco, unos labios tan dulces y una lengua tan suave. “Mel et lac sub lingua tua”, dice el Rey Salomón en el Cantar de los cantares 4:11. Seguro que a esto se refería el poeta y no a los besos que después de una comida sumamente condimentada en restaurantes elegantes, acompañada de alcohol, café y tabaco, dan las “mujeres de mundo” de la gran ciudad.