Ya no sé qué hacer conmigo.
Con mi cabeza dura,
con mi cabeza chusca.
Ya no sé si aún rebota
o servirá de pisapapeles,
o para sostener la puerta.

Ya no sé qué hacer
con mis pezuñas largas,
con el pelo,
con la barba.
Ya no sé si seguiré riendo
cuando me den la espalda.
Para que me den la espalda.
Hasta que me den la espalda.

¿Qué será de mi cordura
cuando abra yo
las puertas
de la demencia?
Los dementes son
tan sólo
lúcidos
en potencia.
Tristes poetas.
Sucios poetas.
Mierdas
poetas.

Ya no sé qué hacer
con estas manos
que sólo reclaman
y escupen
y estrangulan marionetas.
Manos torpes,
necias.
De niño gordo y ciego.

¡Qué chingao's voy hacer
con estos ojos
si se han desorbitado
al ver en esa tarde roji-negra
el horror,
la tormenta,
pánico en tus pupilas:
retina hidratada de temor!

Ya no sé qué hacer conmigo.
Con mi cuerpo.
Ya me estorba.
Ya me tiembla.
Tengo el doble de años adentro,
tengo mucho peso,
tengo mucha tierra,
mucho odio,
muchas perlas.
Ríos, montaña.
Niebla.
Mucho semen,
mucha guerra,
mucha fiesta.
Ya mi cuerpo desvelado
se golpea y tambalea.

No sé qué hacer con el lapicero.
Ya no hay lugar para enterrarlo.
La tinta se ha secado.
Hay que improvisar
como Sade:
con polvo,
con mierda,
¡con sangre!

Las libretas se secan.
El papel se marchita.
Cáncer de letras.
Sopa de gemas.
Jaula con perras.

¿Qué voy hacer entonces
con tantas palabras
regadas por mi cuarto?
¿Qué hacer el día
en que gotee sangre
del cielo sobre nosotros
y decida mojarnos tanto?

Ya no sé qué hacer conmigo.
Con mi gastritis del alma.
Con las madrugadas asesinas.
Con los manchas plateadas
que va escurriendo la luna.
Con el gato en la azotea.
Con mi cansado canto.
Ya no sé qué hacer conmigo,
en serio,
ya me tengo
harto.