Uno
Detrás del relámpago prosiguió un breve silencio. Tras él, mil tambores se coludieron para tremolar los acordes del infierno. Las nubes entonces se rasgaron para que su contenido inundara cada entorno y tras todo esto, el planeta sólo fue un enorme espejo en el que durante una larga noche se reflejaron las ascuas nocturnas. El sol emergió por fin para pasar revista a tanta desolación, los hombres derivaban sobre improvisadas embarcaciones buscando un montículo sobre el cual instalar nuevas banderas. En ese lejano mundo de aquella aún más distante galaxia, un puñado de seres comenzaba a escribir su propia historia.

Dos
No puedo asir la nota, esa que se queda vibrando invisible para acariciarme los sentidos. Esa que luego es armonía al fundirse con otra y otra para crear una diáfana sensación que recrea mi espíritu y me susurra que lo sublime es parte del alma de las cosas, del acero y de la fibra, de la piel de la madera, del hueso extinto que renace para templar aquellas divinas entonaciones. Y mientras taño la guitarra, siento que por lo menos algún dios debe existir para proveerme de tan intangible delicia.

Tres
Me desdigo a cada paso, enhebro conceptos erráticos, intuyo teorías que los libros desechan. Creo ser feliz pero la vida no es consecuente con ello y se ríe en mi cara. Necesito poco, pero sobre todo un kilo y cuarto de seso, que no es poco para proveerme de un candil que ilumine esos recintos oscuros que se posesionan de mi mente más a menudo de lo recomendable.

Cuatro
La muñeca yace con un brazo desprendido, con sus ojos hundidos y su faldita hecha trizas. Ha sido violada por el hermano de la dueña de tal juguete. A los seis años no hay culpabilidad. Pero a la muñeca le queda un suspiro de voz y confesará a quien quiera escucharla: “Tengo frío... tengo frío”.