Una pequeña presión sobre mi ojo derecho es suficiente. Ya van muchas veces, demasiadas quizás, y el cuerpo se acostumbra. La práctica me ha enseñado a capear algunas incomodidades externas (Aún las internas repican sin solución). Me estiro todo lo que mi casi metro noventa me permite, agazapado, buscando desintegrarme camuflado de aire e invisibilidad. Estoy cansado, pero con la lucidez suficiente para entender que la faena terminará pronto si mantengo mi precisión, la cual vengo perdiendo sutilmente en el último tiempo. Necesito hacerlo bien, que dure poco, que solo sea una vez. Tenso la espalda, buscando esa laxitud que antes brotaba y ahora escasea. Para los que nos dedicamos a esto, tener la espalda relajada, los brazos firmes pero agiles y la vista aguda es fundamental.
Casi como en un trance me voy perdiendo, disimulando mi contorno, esfumándome. Hago el click que me esconde y me licúa. Que me salva.
Me hago uno con mi arma. No es solo una herramienta. No puede serlo. A esta altura, es casi la extensión de mi parte automatizada, esa que ejecuta el mandado hasta completar la cuota que me devuelva a casa, con mi familia y mi vida entera. Esta vez, no sé bien porque, no miro las fotos que resguardo en el bolsillo. No fumo.
Acomodo la culata en mi hombro derecho. La reconozco. Con dos movimientos parece fundirse hasta ya no sentirse como la prótesis de mí que es por estos días. Ya no pesa. No golpea. No duele. Tenerla tan asumida hace que ya no signifique tanto. Hay costumbres que te acorazan, que no permiten la fragilidad que todo lo arrasa.
Repaso minuciosamente. La mano izquierda se afirma fácilmente sobre un cañon amigable y para nada hostil, garantizando la rigidez que necesito para no fallar. No tiemblo más. Mecanizo tanto lo demás que se cumplirá automáticamente: la mano hábil, la derecha, en el guardamonte, la calibración de la mira sobre el ojo derecho (esa pequeña presión), la mente en blanco….Tanta facilidad aún a veces me llena de pavor.
La tarde va perdiendo calor y pesadez, lo cual es bueno. No se resecan los ojos y las manos no sudan. Hay una leve brisa que recorre horizontal esta pequeña plataforma en la que sigo echado, casi escondido, lo que asumo me obligará a reforzar el cálculo anterior. Maldito viento.
Contengo la respiración. Exhalo. Contengo una vez más para que el corazón baje sus revoluciones y mi cuerpo entre en una dimensión extraña. Consigo no pensar. Repaso todo una vez más mientras me hago invisible. Vaporoso. Inanimado. Hago de mi conciencia una mochila inerte hasta volver a casa y revivir. Me desintegro hasta ser una mueca estéril.
Contengo la respiración, extiendo el alcance de mi vista hasta enfocar. Muevo los dedos y remojo los labios, secos de escrúpulos, nervios y resquemor. Ya casi no hay que esperar. Segundos. Sólo segundos. Congelo el cielo encima de mí. Detengo el tiempo. Repto. Me agudizo letal. Dejo de ser.
Es un silbido apenas. Una sílaba sin pronunciar, un sopapo hueco. Sordo. Un segundo nada más.
Exhalo. Ahora para siempre. Gateo sin mirar hasta hacerme un eco, sin rastro de mí en todo aquello. Seco mi sudor, enhorabuena esta señal de que aún vivo. Sigo sin pensar.
Se desvanece otra vez la esperanza de despertar en casa. Aún falta…tanto.
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