Se fue hace tiempo la Miss Marple. Inspiradora de algunos de mis relatos, mi madre no imaginaba siquiera que yo cubría imaginariamente su alba cabellera con el sombrerito coqueto de aquella graciosa detective que se hizo famosa por resolver intrincados casos policiales. Mucho menos sospechaba que la había obligado a conducir un viejo y destartalado coche para acudir a uno de esos casos que la detective original gustaba de dilucidar. La imagino reprochándome por esta descabellada idea que traería a colación otra larga lista de antiguos desatinos, todos ellos perfectamente guardados en su memoria prodigiosa. Pero se fue, porque sus huesos y su organismo y todas esas complicaciones que trae consigo la vejez, ejecutaron con laboriosa inclemencia el paulatino proceso que la fue aproximando cada día uno poco más a su extinción. Dos años ya que no está con nosotros y vaya que se hace notar. Falleció en casa de mi hermana y cuenta ella que tras su deceso, sintió su presencia, manifestada en respiraciones entrecortadas, quejidos y la cadencia de unos pasos que se desvanecían cerca de su cama. Un tema para espantarse, por supuesto, sobre todo si sumamos a todo esto otra situación escalofriante. Como su casa fue arrendada, cuenta la señora que ahora vive allí que fue alertada por portazos repentinos, quejidos y una carta que apareció sobre la mesa, en circunstancias que al salir de la casa para dirigirse a su trabajo, la misiva no se encontraba allí. Ella vive sola y es portadora de la única llave, así que es de imaginarse su sorpresa y un certero escalofrío que debe haberle circulado por su espalda. Tras todos estos acontecimientos de índole inexplicable, se recurrió como medida de extrema urgencia a un sacerdote, el que a punta de agua bendita, invocaciones y plegarias por el alma de mi pobre madre, se logró por fin que todo se apaciguara, suponiendo que a la viejita le incomodaba este nuevo estado de su alma y comprendiendo por fin que debía someterse a esas misteriosas instancias, tan desconocidas para nosotros, los mortales.
Por alguna razón inexplicable, o bien porque no poseo quizás la capacidad mínima para captar estos asuntos extrasensoriales, ella no se ha manifestado. Quizás todo esto que he narrado no sea más que una simple jugarreta de la imaginación, situaciones ordinarias que adquieren una connotación amplificada. Mi madre era una mujer de pocas palabras, pero poseía un carácter duro, forjado por la adversidad. Los años no hicieron más que multiplicar esa dureza de su genio a veces un tanto frío y en apariencia indolente. Pero era una buena mujer, muy querida por sus vecinos, en oposición a las diferencias latentes con mis dos hermanas.
Bueno, ella ahora descansa en paz, pero curiosamente, cada vez que realizo alguna labor consistente en revisar mis documentos, ordenar algunos objetos o buscar algo entre mis cachivaches, una pequeña fotografía suya aparece misteriosamente de entre cualquiera de las situaciones enumeradas y cae suavemente al piso. Ha sucedido en varias oportunidades y me pregunto si de esta simple forma, ella me indica que quizás no la estoy recordando como corresponde o bien, acudiendo a una explicación más razonable, es posible que no haya guardado la fotografía en un lugar más seguro para evitar que se continúe deteriorando.
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