Estuvo alrededor de una hora mirando el mensaje antes de enviarlo. Analizó todas las posibilidades que podrían emerger. Evidentemente, en todos los escenarios el rompimiento era inevitable. Recordó las veladas juntos, esas eternas conversaciones sobre filosofía, arte o cultura. Pero sobretodo llegaron a su mente las dudas no manifestadas, esas vacilaciones no expresadas del todo y que en al menos dos ocasiones se transformaron en llanto.
¿Porqué lloras?, le dijo en una ocasión mientras la abrazaba fuertemente. Ese llanto lo conocía. Quizás no fuera el mismo, quizás fuera diferente al de su ex esposa cuando tratando de volver, él había visto surgir lágrimas que probablemente iban dirigidas a otro hombre que ella deseaba olvidar para reencauzar una vida juntos.
Pero, esas suaves lágrimas pesaban tanto como la materia de una estrella en implosión generando una barrera inexpugnable.
"No me pasa nada", le decía su amiga y juntos visualizan nuevos desafíos, viajes y en todos ellos sin duda encontrarían momentos de felicidad de paz, sosiego y tranquilidad como nunca habían conocido hasta ahora.
Pero mientras pensaba en ello y mientras leía el mensaje final, calculaba los costos de ese amor. ¿Sería capaz de mantener ese nivel de inversión con una rentabilidad relativamente baja?. ¿Estaba dispuesto a repetir mil veces un panorama de excelencia con una dama que entregaba su cariño a cuentagotas? ¿Era preferible perder de una vez por todas este mesurado amor o debía extender el agrado de yacer con ella de vez en cuando?
Finalmente y presa de gran desconcierto envió la misiva que daba por terminada una relación, que jamás tuvo un nombre y que por lo tanto no tuvo un lugar dentro de los objetos de la creación.


Edgar Brizuela Zuleta