Yo no puedo hacer nada más por tí -, me dijo categórica Cecilia. Momentos antes anotó en una hoja el estado de mi presión arterial y temperatura.
El dolor en mi cabeza era tan fuerte, que no me permitía siquiera pensar en el porqué de su actitud.
Antes de salir de la sala fría busqué su compasión, pero sólo me dio la espalda, mientras atendía a otro enfermo.
Pensé en mi Daniela, que esperaba afuera del Policlínico a Lukitas, que por la hora, ya casi llegaba del Colegio. Sólo Dios sabe mi angustia. Sabía perfectamente que no iba a ser capaz ni siquiera de dar dos pasos más.

- Cecilia, por favor, mis niños están afuera y yo ya no puedo más, le supliqué llorando, pero ella ni siquiera se molestó en girar su cabeza hacia mí.
- Yo atiendo a los enfermos, no a tus hijos.
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Desperté en el hospital. Supe que tuvieron que trasladarme con niños y todo en ambulancia porque simplemente me desvanecí justo bajo el gastado cartel de URGENCIA.

Mi cerebro está cansado, me han inyectado tantas cosas que tengo los brazos morados y la boca seca. Algunos hablan de estrés, de depresión, de los “problemas cotidianos”, tal vez de algo mas serio. Yo ya no sé nada. Sólo que estoy muy cansada para pensar.

Si no fuera por la voluntad de oro del conductor de la ambulancia, simplemente mis niños hubiesen quedado solos. A nadie le importó nada.

Ha pasado una semana. El dolor ha disminuido un poco, y la rueda de la rutina ya comenzó nuevamente a girar, con mi retorno al trabajo y a la vida.




GRACIAS A MIS AMIGAS CLAUDIA Y MARIEL. GRACIAS PORQUE A PESAR DE NO SABER ABSOLUTAMENTE NADA DE MÍ EN ESTOS DIAS, NOTARON MI AUSENCIA Y ME HAN DEMOSTRADO SU CARIÑO Y PREOCUPACION. LAS QUIERO CON TODO MI CORAZON.