-Bueno, el asunto es que ahora he golpeado a su puerta porque sentí la necesidad de hacerlo. Al verlo, he notado una infinitud en su mirada, una alargada inquietud, una plegaria que ya no se hace de palabras sino en la verticalidad del iris apuntando a la esperanza. Señor mío, hermano mío, le tiendo mi diestra y si usted es siniestro no tenga cuidado que el asunto es sentir la comunión de las pieles en un contrato tácito. Una ojeada me ha bastado para entender que usted está a medio camino de sus más caras aspiraciones, he visto a sus hijos sonriendo con el asombro pintado en sus rostros inocentes, esos libros alineados en la repisa me indican que en su hogar, la cultura tiene un lugar destacado, veo sus manos de dedos retorcidos por el esfuerzo, dedos que sin ser rectilíneos como los del artista, parecieran estar orgullosos de su estirpe, dedos que crean, que impulsan, que amasan y que se regocijan en el esfuerzo. Amigo mío, hermano, compadre mío, esta sonrisa ampulosa que se dibuja en mi rostro, sonrisa amplia y esperanzadora, es una señal de convite, de compromiso, una expresión de sincera amistad. Sé que los tiempos son difíciles, que la justicia social es por ahora, poco más que un concepto, letra caligráfica que no sobrevuela la realidad plena y urgente, que si comparamos a esta gran nación con un inmenso vehículo, veremos que son muchos los que lo propulsan con el motor de su esfuerzo, que un inmenso conglomerado de seres pujantes, impulsa trabajosamente con sus manos este vehículo y que los que ocupan los asientos de privilegio son unos pocos, los mismos que exigen mayor velocidad y renovados bríos. No amigo, eso tiene que terminar alguna vez y esta es la oportunidad para que usted y los suyos se arrimen a esos asientos y tengan la potestad de sentirse como la parte más determinante de este país. Es el momento de decir ¡basta! con garganta firme y puño resuelto, es la ocasión para escucharnos, para darnos una nueva oportunidad con la certeza que ahora sí emprenderemos un vuelo de insospechada autonomía, es la hora para que usted y su familia reciban las preseas del sacrificio, los gallardetes del heroísmo, el beneplácito de los dioses, la oportunidad para que usted, ese y aquel sonrían con la misma elocuencia con que lo hago yo.
-¿Cómo? ¿Qué me quiere decir con eso? ¡Ah! ¡Usted es sordo y no tenía puesto su audífono! ¿Que le repita lo que dije? Este…bueno, será de Dios, por supuesto...
Vuelvo a lo mismo entonces. Bueno, este...el asunto es que ahora he golpeado a su puerta porque sentí la necesidad de hacerlo. Al verlo, he notado bla, bla, bla…
|