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Su mano se abrió despacio. Casi sin querer. Se estiró desde su tibieza hasta ese espacio helado a su costado. Su mitad de la cama, sin ella, es una inmensidad que todo lo envuelve. Que todo lo subyuga. Que todo lo arrasa. Pocas cosas enmarcan más una ausencia que una cama vacía. Media cama vacía. Ese lado frío, incompleto, árido, eternamente hostil, nos apuñala letal y nos enrostra como ninguna otra cosa que solo nos espera la soledad. Cada ausencia de ella es así. Como ésta. Gélida, lacerante, con una omnipresencia demasiado profunda para pasarla por alto.

Se hace extraño, a veces, comprender, como funcionan algunas cosas. Como oscila el ánimo entre la más profunda orfandad y la más pletórica complitud, solo dependiendo de que esté o no esté ella a su costado.

Hay algo en el aire cuando ella no está. Algo falta en el aire cuando ella falta. Como si una bocanada cruel se llevara lejos su perfume, y disipara las últimas presencias de su aroma al respirar, esas que se atesoran como nada más, cuando nos aferramos con todas nuestras fuerzas al último resabio de aquello que se precisa para poder sobrevivir.

Seguir. Pretender seguir. Con la experiencia que solo proviene de la soledad, él supo todo lo que vendría después. Con la resignación que nace del entender que cada vez son más las peleas que no se pelean más, comprendió que en días como éstos, las pequeñas rutinas son las que te salvan la vida. Sentarse en la cama, levantarse, bañarse, intentar despejar la bruma. Procurar poner en marcha el cuerpo, quizás regar las plantas y mantener todo ordenado por si ella volviera de improviso. Recordar comer. Embarcarse en tareas varias que nos eviten pensar y rogar que el tiempo vuele. Volver a casa y salir de ese mundo que nunca nos tiene en cuenta y continúa funcionando como si nada pasara. Repetir todo otra vez. Otra vez. Otra vez.

El corazón, el de él, se irá haciendo pequeño poco a poco. Como esas pérdidas de inocencia que recordaremos ya de viejos, irá haciéndose corteza lo que supo ser candor y de piedra lo que alguna vez fue una flor.
De todos modos, crecer tal vez no sea otra cosa que sobrevivir cada desilusión, mientras el cuerpo aprende a acarrear un corazón cada vez peor.

Texto agregado el 12-07-2019, y leído por 100 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
13-07-2019 ayyy mejor me levanto y me pongo a regar mis plantas. mis estrellas Viento_sur
12-07-2019 Conmovedor relato, logrado con tu excelsa pluma. Shalom colega. Abunayelma
12-07-2019 Cada palabra va arrastrando una dolorosa resignación, pero con una belleza sutil y evocadora que se transformar de pronto en una sentencia triste. Bello, me encantó! Soy_333
12-07-2019 Me gustó muchísimo. MujerDiosa
 
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