Ensayo sobre las verdades muertas y los viajes, o de como las ideas vuelven a renacer en la conciencia humana luego de estar perimidas. A Eduardo Galeano.

Recuerdo que Tomás de Aquino se refería a la verdad. Él decía que la verdad es la coincidencia entre la mente y la realidad, entre nuestro cerebro y las cosas que existen. Ahora, ¿En qué forma esta verdad está compuesta de dos cosas o de dos objetos? Cerebro más realidad.
Surgen dos preguntas: ¿Cuándo literalmente una verdad está muerta? ¿Será que esta muerte sobreviene al desaparecer uno de sus componentes constitutivos?
La consideración y la pregunta que nacen, a partir de cierto tipo de punto de vista, son: Si lo primero que muere es la realidad ¿Qué rodea en su soledad viviente al cerebro de una persona? O, si muere primero el cerebro de una persona antes que esa realidad vívida y solitaria, pregunto entonces: ¿Qué hará esa realidad en su soledad sin el componente humano que valore su presencia?
El componente cerebro más el mecanismo humano de valoración de la realidad hacen que la realidad exista en cuanto que el humano existe y valora.
Entonces pienso, cartesianamente, que la verdad existencial del idealismo alemán del siglo XIX de ninguna manera es una verdad filosófica muerta. Solo existe hibernada en la conciencia humana a la espera que el desarrollo de la historia del pensamiento del siglo XXI la vuelva a descubrir bien humana y perfectible.
Esta historia continuará y volverá a empezar con Emmanuel Kant en el siglo XVIII. Por lo tanto para viajar no hace falta máquinas del tiempo que del futuro nos lleven al pasado. Y no hace falta estudiar en Prusia Oriental para apropiarse de las verdades hibernadas que vuelven a resucitar en nuestra elucubración de hoy.