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Cuando por fin divisamos tierra, estábamos a punto de darnos la vuelta. Aquel descubrimiento, por tanto, casi estuvo precedido de un motín. Pero con aquella visión se pacificaron los ánimos, pues representaba agua cristalina, fruta fresca, comida en abundancia. Y sombra. Una sombra que se nos había escamoteado en el
barco. Bajo un sol de justicia se nos habían empezado a cocer los sesos.
Contra pronóstico no tuvimos que luchar contra indio belicoso alguno.
Había abundancia de pesca y plataneras, y cocoteros. Gorrinos jabalíes corrían entre aquellas espesuras, y ciervos. Desde un monte cercano discurría un río cantarín de las más puras aguas surtido. Nos creíamos en el paraíso, hasta que oímos aquellas voces. La voz de dios- dijeron algunos. Y era un dios que no hablaba castellano. De repente la misma montaña desde la que discurría el río, empezó a escupir fuego. Tuvimos que salir por pies. Desde el fondo de la bahía vimos cómo el fuego, la ceniza y el humo deglutían la isla . El capitán dijo que se trataba de un castigo divino por haber ollado aquellas virginales tierras. Nadie objetó nada. No estaba de dios que nosotros disfrutáramos de aquellas riquezas. Ahí terminaron todas las respuestas. |
Texto agregado el 10-07-2019, y leído por 95
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