Al levantar la cortina de su habitación vio, por la mañana, que le habían dejado un regalito en el dintel de la puerta.
Nunca se le hubiera ocurrido que el carnicero de la esquina supiera lo que a ella le gustaba. Y eran las flores. Los pensamientos, las rosas y los lirios.
El muy gentil, había depositado un clavel blanco.
Erminda estaba fascinada. Era como empezar a tener una ilusión, de nuevo una meta, un propósito.
Hacía ya muchos años que estaba separada de Orlando, su esposo, ahora ex, pero vivía al lado de él, en el solar familiar.
Eso contaminaba la vida cotidiana de todos. Eva su hija mayor también vivía al lado, con Benjamín de siete y Emanuel de tres. Los nietos de Erminda la consolaban en parte. Las ingenuas criaturas, escuchaban los secretos de sus padres. los enconos, las iras y laos conflictos no resueltos de la vida en común.
Sé que hay que contar algo en acciones, no decir mucho y sugerir del todo algún sentimiento. Lo se Me lo sé ¿Pero como redactarlo? No soy Angélica Gorodischer con su cuento, donde la mujer vieja inunda de orina el asilo de ancianos en rebelión al modo en que es tratada. ¡Es magnífico!
Hay que ser escritora y de las buenas para hacerlo. Erminda saludo al carnicero en un tono más cordial que el habitual, pero ella ara amante de las flores, pero no de la carne. Comía muy frugalmente y no avizoraba ni un manjar con un bife ancho sobre su plato, sino una casa llena de arboles palmeras y flores multicolores. Así que dejo pasar esa oportunidad.
El siguiente fue el camionero, que auguraba lindos caminos por las rutas argentinas, pero los parajes desolados, tampoco le interesaban, solo los shoppings con sus abalorios y sus deslumbrantes luces ficticias, y descaradas.
Así que Erminda decidió quedarse en su casa, y desde su ventana mirar delicadamente su floreciente jardín.
|