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Detrás de mis pasos, corrían desaforadas esas bestias y sin atinar a voltearme para medir la distancia que me separaba de ellas, sólo redoblaba el impulso de estas piernas que parecían ser las depositarias del más carnal de los horrores. Los ladridos aumentaban su intensidad, obligándome a exigirle a estas famélicas extremidades mías el más dramático esfuerzo. Vano intento: el acezar de las bestias confundido con sus gemidos que escalaban a una tesitura aterradora ya lamían mis piernas. En este dramático escape pude percatarme que el sendero se bifurcaba en dos puntos y me proporcionaba la inmediata alternativa de elegir entre un camino u otro. Me interné pues por el camino adoquinado que se prolongaba recto en la penumbra, lo que me propiciaba la miserable posibilidad de no frenar el impulso de mi carrera, aún con el riesgo de tropezar y quedar a expensas de esas mandíbulas ávidas. Ahora mis pasos repiqueteaban en la noche, ensordeciendo al tropel que no cejaba en su persecución.

De pronto, una puerta se abrió a unos cuantos pasos y un rectángulo amarillento se posicionó sobre la oscuridad. Una sombra y una voz alentaron mi esperanza:
¡Entre! ¡Entre antes que se lo coman esos perros!
Me interné como un celaje en aquella que era mi tabla de salvación y el golpe de la puerta al cerrarse, me indicó que todo había terminado. Poco a poco fui distinguiendo el lugar, una sencilla habitación con paredes de adobe blanqueadas a la cal y en el centro de ella, una mesita de madera y un par de sillas.
-Gracias – atiné a decirle a la mujer que me había salvado de tan empecinada persecución. Ella sólo agachó su cabeza y me invitó a tomar asiento.

-Lo esperaba- dijo la mujer, una anciana poseedora de una voz ronca que pareció estremecer la precaria luz de la ampolleta que se cimbraba sobre nosotros.
-¿Cómo? Yo elegí este camino al azar. Pude tomar cualquier otro rumbo.
-Nada es al azar- sentenció la vieja, contemplando con sus ojos grises el estupor que se dibujaba en mis facciones. Su rostro, plagado de profundas arrugas le otorgaba la apariencia de sabia, de santona, de bruja y de una multitud de personalidades que bien podrían estar mezcladas en su personalidad. Las negras vestimentas cubriendo su menguada figura cooperaban a ese panorama incierto en que todos los presagios parecían tener cabida.
-Aún más, tú eres Arturo. Has vuelto al fin, obedeciendo a los signos de los astros.
-¡Noo! ¡Se equivoca usted! Mi nombre es Aurelio. Quizás me parezca a ese señor que usted nombra, pero…
-¡Arturo! ¡Amor mío! Por fin has vuelto.
Retrocedí horrorizado. La vieja aquella estaba loca y me confundía con otro. Debía escapar de allí, pero los perros aguardaban afuera y la vieja ya estaba encima de mí. ¿Qué hacer? En ese preciso instante se apagó la luz y a oscuras sentí las garras frías de la mujer que trataban de apresarme. A tientas, retrocedí mientras un hedor insoportable inundaba la covacha. Mi terror pudo más y arañando el muro y buscando con desesperación, di por fin con la manilla. Pero antes de accionarla para escapar, empujé con todas mis fuerzas a la vieja, la que sentí caer en un rincón como un costal de huesos. Sin ningún remordimiento, agarré una de las sillas para defenderme de los perros y abrí por fin la raída puerta. Pero los animales ya no estaban allí y sólo un lienzo de sombras se desplomó sobre mi espanto. En la noche más negra, intenté avanzar entre lo que parecían pedregales, pero las fuerzas ya no me acompañaron y me desplomé por el peso de esa intensa noche. Sentí, no podría describirlo… era algo parecido al retorno a una situación ya prefijada. Una demolición interna que me iba desgarrando las vísceras -es el cansancio- me dije, pero mi voz se comenzó a desgranar en sílabas huérfanas, soy yo… soy…

Al día siguiente, el cuidador de ese camposanto no podía explicarse esa presencia inusitada de cuatro perros que parecían cautelar una vieja tumba. En una cruz de madera que la señalaba, sólo figuraba el nombre de Marta Cerón, fallecida en 1954. A un costado de ella, algo similar a un túmulo de arena comenzaba a desperdigarse tras el soplo de esa extraña ráfaga de viento que apareció de la nada.












Texto agregado el 09-07-2019, y leído por 84 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
10-07-2019 Es la vieja del cementerio Orejudo
09-07-2019 FUERA DE SERIE. ¡¡¡MIS FELICITACIONES!!!. Shalom amigazo Abunayelma
09-07-2019 —Un cuento que me deja perplejo y dubitativo haciéndome la pregunta que siempre nos hacemos ¿Vamos avanzando hacia una meta distante y desconocida o vamos retrocediendo a un punto de inicio preestablecido? He ahí el dilema. —Saludos y abrazos. vicenterreramarquez
09-07-2019 Excelente historia, muy bien narrada y buen final. Felicitaciones!!. Un abrazo, sheisan
09-07-2019 Ezpeluznante historia!!!!!!!!! y muy bien lograda yosoyasi
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