Tengo el andar lento
de quienes no saben dónde ir,
la mirada resquebrajada
de mil lágrimas ya evaporadas,
la voz cansada de improvisar
las excusas de mi silencio,
las sensaciones extraviadas
en añejas discusiones conmigo,
el alma desalmada
ante tanta virtuosa desesperanza.

No tengo coraje para erguirme
ante los embates de la vida,
ni las manos curtidas de trabajar
en mis materias pendientes,
ni la sonrisa siempre atenta
a los descorteses que me ignoran,
ni las ganas de una voluntad
agobiada en la marea del desaire,
ni claridades que despejen
las dudas que me dejaron inerte.

Quiero dejar que mis labios inquietos
vociferen sus verdades,
que me importen menos
las aprobaciones ajenas que jamás ignoré,
que vivir sea una secuencia
y no consecuencia de algún impulso,
que me cruja el estómago
por andar en la cornisa de mis sueños,
que me acunen las caricias
del orgullo de haber sido yo misma.

No quiero escuchar comprensiva
el absurdo de mis quejas,
ni izar banderas de obediencia debida
en territorios ajenos,
ni culpar a mis detractores
por mis enérgicas debilidades,
ni pecar por omisión
en oportunidades que dejé libres.

Soy el empujón de quienes
se animan a los fuegos de mis fobias,
el refugio de sus justas angustias
por haber caído luchando,
la espalda cargada de soluciones
a problemas que me son ajenos,
el mejor disfraz de sus necesidades
de aguerridas compañías,
el consuelo de los tontos
que me ven como el mal de muchos.

Fui la primera en lanzarme
a los riesgos que los asustaban,
el caparazón de peligrosas
preocupaciones en mis pensamientos,
la llegada antes que la partida
dibujada en destinos cumplidos,
el ejemplo del ser, del hacer,
del derecho y del deber,
la promesa hoy incumplida
de convertir otoños en primaveras.

Mi insomnio significa
que reprimo las voces de mi inconciente.
Mi insomnio justifica
mi cansancio para mover mi parálisis.
Mis críticas identifican
las piedras que aprenderé a patear.
Mis críticas son guardianes
de mi voluntad adormecida.

Me refugio en mi soledad
porque soy capaz de vivir conmigo.
Me refugio en mi soledad
porque no hay lugar menos exigente.
Me entrego al sueño
porque mi insomnio devora mis energías.
Me entrego al sueño
porque sólo ahí sé que aún puedo soñar.

Mis ganas de seguir con vida
son augurio de buenas nuevas.
Mis ganas de seguir con vida
son el signo de que ya no vivo.