Aún está Venus en el cielo.
Por la orilla de la solitaria
carretera va caminando
lentamente un viejo labrador.
A veces sopla una leve brisa
que le alivia el sudor
de la frente.

Hiere la tierra la azada,
obtiene como respuesta
una nube de polvo y calor
reseco.
Tierra indómita que no sabe
si es domingo o lunes,
si es temprano o tarde,
si es verano o invierno,
si eres joven o viejo...
Pero no opone resistencia a
la hora de recoger tus frutos.

Tuvo oportunidad de emigrar
a Alemania.
Pensó un futuro prometedor
cultivando las tierras de padre,
abuelo y bisabuelo.
Pero no calculó que cada año
había que subir los salarios
a los jornaleros,
ni previno épocas de malas
cosechas, heladas,
o tormenta de granizo;
ni de reponer vides centenarias. 
Su mujer trabajó en casa
cosiendo zapatos
para no faltar el plato
caliente al mediodía.

Es casi la hora del ángelus,
ya ha recogido su cosecha.
Mientras espera al amigo para
ayudarle, se sienta
en un peñasco,
observa el vasto
linde de sus tierras
y reflexiona.
Quizás es hora de vender
algunas parcelas
para hacer reformas
de la casa y vivir mejor.
Porque, por muchas
tierras que tenga,
algún día le enterrarán
en un nicho que ni siquiera
lo ha labrado él.