Parecía raro escuchar en televisión la búsqueda de “la partícula de Dios”, y que su mamá no lo mencionara. Como cada año preparaba su altar para pedir una buena cosecha.
Cesar le preguntó al profesor en clase, solo entendió algo de un bolsón. Le preguntó a su tía, ella le explicó no era bolsón, era bosón, -es de las partículas elementales, necesaria y fundamental en la creación-. Durmió pensando dónde habría puesto Dios la dichosa partícula. Al despertar tenía sed, su madre prendía una veladora, rezaba para que acabara la sequía, su abuela se ahogaba, tomó un sorbo de un jarro, ¡eso era!… ¡agua!, creyó descubrirlo, “el agua, la partícula de Dios”. Su vecina lavaba el coche a chorros, de una fábrica vaciaban algo aceitoso al río, cambiaba el color y olor hasta los canales de riego, debía detenerlos, mostrarles su importancia, estaba entendiendo, desperdiciarla y contaminarla sería su fin.
Le contó a su mamá, ella sonreía discreta -¿bosón?-, de pronto escucharon la lluvia, se santiguó, el milagro caía del cielo. Cesar quería convencerlos, le faltaba información y ayuda, no se rindió. Investigó y preparado, le explicó a su madre el agua no era un bosón, pero sí partícula elemental para la vida, sin agua, no hay cosecha, los animales mueren, también los humanos, preocupada decidió apoyarlo. Frente su comunidad, Cesar citó las palabras que leyó en la portada de un libro, decía que el mundo se va al infierno, la única oportunidad es buscar que no sea así.