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Inicio / Cuenteros Locales / Jhon_rocket / La saga de los lobos (Escape)

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Aun no saben que estoy aquí, pronto vendrán por mí.
Me lleva un tiempo acostumbrar mis ojos a la oscuridad. Pero no puedo darme el lujo, de delatar mi ubicación, usando alguna lámpara.

Camino sin prisa, para que mis pasos no llamen la atención, la espada oculta bajo la capa, la daga oculta bajo la manga.

No sé qué tan buena idea puede ser intentar, liberarlo de la cárcel, pero es cierto que sin mi maestro, no durare mucho tiempo más. Debo liberarlo y junto a él huir de este condenado pueblo.
Escucho a mis espaldas como un gran alboroto se inicia. Pronto una luminosidad cubrió las calles, están quemando la casa que me sirvió de refugio.

El miedo me está invadiendo, me siento a un borde del sendero para pensar.
Es cuando tomo la decisión, quizás, mi maestro no la apruebe pero, no tendría por que saberlo.

Miro a mí alrededor y veo lo que buscaba, una antorcha, mi propia capa la anudo hasta hacer una pequeña pelota y la empapo con lo último del licor de mi bota. Seguro los pobladores culparan a la policía y no se fijaran en este vagabundo.

Mientras corro pidiendo ayuda el fuego en el pueblo se expande ya sin control nadie se fija en mi ni en mi espada, las fuerzas policiales y militares corren coordinando el modo de detener el alboroto y la rebelión que se forma. Aprovechando el momento de locura, el resto de los mortales solo corre gritando fuego y buscando algún modo de extinguirlo, yo me deslizo como una sombra entre todos ellos.
Cuando llego a la prisión quedan solo un par de guardias.
Sin pensarlo me abalancé sobre ellos empuñando mi espada.
No sé si la impresión fue muy fuerte, o ellos eran aún más cobardes que yo, ya que no
me fue difícil reducirlos, fue cosa de segundos.
Los de la entrada estaban fumando y riéndose mientras en el patio veían el pueblo arder a lo lejos.
Me deslice por las escaleras hacia el calabozo, donde jugaban a las cartas, no tuvieron tiempo siquiera de desenvainar, cuando su cabezas rodaban por el piso. Los últimos estaban en la celda, ni se enteraron de lo que pasaba afuera, golpeando al maestro quien al sentirme entrar solo dijo:
- Por fin el mocoso, se hizo hombre-

No alcance a moverme siquiera, cuando veo a los dos guardias caer, con sus cuellos rotos, al piso.

Texto agregado el 03-07-2019, y leído por 125 visitantes. (1 voto)


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