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Como cualquier día de semana, Olivia hace sus labores de empleada. La casa donde trabaja la mujer es inmensa y con muchas habitaciones, todas grandes y altas. Grandes piezas en donde muchísimas cosas hay que limpiar, comenzando por el piso de madera antigua. Aparte del aseo y orden de la casona, Olivia tiene que cocinar, lavar y planchar la ropa del viejo matrimonio, los patrones.
El singular y viejo matrimonio con sus manías y costumbres tienen a la pobre Olivia cansada y aburrida. La pobre aguanta por que la paga es relativamente buena y tiene un hijo al que mantener. Olivia no tiene esposo, vive con sus padres en las afueras de la ciudad y es por eso que aguanta estoicamente todas las demandas de los viejos que no le dan respiro con la cantidad de deberes. Olivia odia el carácter y genio de don Marcos, el cual con un humor desagradable cada mañana le dirige las órdenes e instrucciones del día.
Pero son las mañas y manías de la señora de la casa que tienen a Olivia ya bastante cansada. Que esto y lo otro que ve a comprar, que escóndeme la bolsita con mis joyas, que no le digas a Marcos que fumo cuando él no está, entre un sinfín de otras rarezas tan propias de ella y su esposo.
Cierta tarde, después de haberse retirado de la casona y mientras esperaba el bus para volverse a su casa, Olivia comenzó a fraguar en su interior un plan maquiavélico, pero no por codicia si no por venganza. Sentada en el bus pensaba en todas las humillaciones a la que era sometida en aquella casa, los agravios, las palabras de doble intención, la corrección constante de sus actos.
Olivia fantaseo que una mañana, al llegar a la casona, mientras aún los viejos dormían, ejecutaría su venganza. Escondería la bolsita con las joyas, en un lugar diferente, de tal forma que al llegar su vecino cada mañana al saludo con desayuno, sea el, el principal sospechoso de la desaparición de la bolsita. La señora tiene especial simpatía por el joven vecino que amable siempre se ofrece para ayudarles a ellos dos en cualquier problema o lo que necesiten y además prodigarles su compañía.
Pero ese era solo un sueño de Olivia, solo una película que pasaba por su mente, pero que sin embargo no dejaba de seducir a la pobre empleada. Quería darle un merecido a la vieja roñosa.
El siguiente día, en la mañana, cuando aún los viejos no se levantaban, Olivia en sus quehaceres matutinos de encender la estufa y chimenea, se sentía decidida y seria esa semana, que finalmente haría su jugada. Ya no quería prolongar más su acto.
Olivia al llegar a la casona encuentra a los viejos que están levantados y prontos a pedir su desayuno. La muchacha había ya conseguido un pequeño frasquito de cristal con una cantidad de arsénico. Pensaba ir dando su dosis a la señora poco a poco para no despertar sospechas y en caso de descomponerse la anciana, su malestar fuese atribuido a sus recurrentes achaques y enfermedades crónicas.
Las horas pasan sin mayores novedades ni fuera de rutinas, la señora Luchita mientras fuma su décimo cigarrillo del día. Y como cada rutinaria tarde de su vegetal vida, la señora se introduce en sus recuerdos, mientras va encendiendo cigarros, el humo tal vez le ayuda a cubrir sus vivencia pasadas algunas dolorosas otras felices otras de rencores añejos que revive una y otra vez, sumiéndola en ese círculo vicioso del cual nunca sale.
Olivia entre sus quehaceres de planchado mira de reojo la tv y a su patrona, que silente mira la nada y fuma y fuma. De pronto se da vuelta preguntando a la empleada por la bolsita con sus joyas.
Olivia sorprendida y sintiéndose como acusada de antemano, se tupe y con la plancha caliente se quema el dedo índice izquierdo. Para simular el percance doloroso hace como que se le arruga el planchado y exclama: - hay señora luchita me asustó!-
Roja como tomate Olivia le dice que debería estar ahí donde siempre la deja. Con todas sus fuerzas la empleada trata de parecer lo más serena y normal en su respuesta.
Pero la vieja zorra, como buena zorra vieja y mañosa ya sabe bien que logra hacer sentir incomoda a la muchacha y eso le produce placer.
Se produjo un silencio gélido y mortal en la gran cocina y pese al calor sofocante de la estufa Olivia sintió que un helado frio le comenzaba a invadir todo el cuerpo, dejándola casi al borde del tirita miento mientras era observada por la vieja que con ojos de huevos fritos y escudriñadores la calibraba atentamente. Olivia se sintió acusada con esa mirada de serpiente que tras los cristales de los lentes acosaba con intención de descubrir alguna señal de debilidad en la pobre empleada, que a esas alturas ya había pasado del rojo furioso al blanco ceroso de su rostro normalmente moreno. De pronto el ladrido de los perros anunciaba la presencia de gente al otro lado de las rejas de fierro, Olivia como siempre aprovecho para ir hacia la ventana a ver quién podría ser, en ese escape de la mirada de la vieja aprovecha la sirvienta de salir a atender. Casi como huyendo sale rauda hacia el patio a ver quién golpeaba el portón.
Solo era el cartero con las correspondencias de los patrones. Nada más, solo eso. Nada que prolongue la estancia en el jardín y así capear el terror de la pobre Olivia.
Ya en la cocina y después de haber entregado el manojo de sobres a la patrona Olivia continúa planchando las camisas y calzoncillos de don Marcos. Que a esas horas ya debe estar por llegar.
- Olivia sírveme por favor un café , para entrar en calor que ya los pies y manos se me han enfriado-
- -Si señora enseguida.
Mientras le servía el café, la vieja escudriñaba los movimientos de la empleada, la observaba con cierta malicia. Entrecerrando sus ojos desorbitados analizaba el rostro de la sirvienta como buscando indicios de culpa o de alguna señal de culpabilidad en Olivia. Pero el rostro de

Texto agregado el 03-07-2019, y leído por 47 visitantes. (1 voto)


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