De edad madura y bien parecido, el hombre era un rompecorazones. Enamoraba a las mujeres hablándoles bonito; disfrutaba lo mejor de ellas y luego las despreciaba, rompiéndoles el corazón. Así destrozó a muchas mujeres, sin hacer distinciones: flacas, gordas, bonitas, feas, jóvenes o viejas. La lista de las burladas, era interminable.
El día menos pensado, conoció a la horma de su zapato: una niña de dieciocho abriles, bellísima, que de inmediato le robó el corazón. Él, le dijo que la amaba y por primera vez supo que lo decía de verdad. Ella, simplemente soltó la carcajada y le respondió: “Te odio; mi madre fue una de tus víctimas, se le partió el corazón cuando la abandonaste. Yo no voy a romper el tuyo, te lo estoy robando porque, ¿sabes?... soy tu hija, y a partir de hoy, te condeno a vivir sin él y sin mí.
El rompecorazones tembló de miedo al conocer su destino. Ahora, vaga perdido por ahí con el pecho vacío, sin corazón, sin saber si siente o no, si ama o no, si vive o no.
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